ELOGIO DE LA GALLINA

Ya desde que era un niño de muy corta edad empecé a sentir una ternura especial hacia las gallinas. Las conocí, como chico de ciudad, durante mis largos veraneos en pueblecitos serranos, y me gustaba contemplarlas, con su suave cacareo, sus peculiares andares, el vaivén acompasado del cuello, y su incesante picoteo de semillas y bichillos que encontraba por el suelo.

Hacía ya bastante tiempo que deseaba escribir este artículo, pero no me acababa de decidir. No sabía muy bien cómo darlo forma y, sobre todo, no quería en modo alguno caer en un sentimentalismo ñoño, que restase autenticidad y sentido a mis palabras. Finalmente, me he decidido a hacerlo, porque por encima de todo hay una idea que me ronda con fuerza, y es la de que el ser humano está en deuda con este animal desde los albores de la civilización. En efecto, la gallina, quizás la más humilde de todas las aves, nos ha sido siempre extremadamente provechosa, y sin embargo la hemos maltratado sistemáticamente y sin consideración alguna.

Como todo el mundo sabe, la gallina (y por extensión, el gallo y el pollo) es un ave de granja de enorme utilidad, que nunca falta, ni ha faltado, en cualquier asentamiento humano a lo largo y ancho de casi todo el planeta. Nos provee de huevos y carne, alimentos esenciales para nuestra supervivencia. Aunque sólo fuese por el primero de ellos, el huevo, la contribución de éste a nuestra dieta habitual posee un valor inmenso. Se me antoja imposible pensar en una alimentación que prescindiera por completo del huevo. ¡Cuánto le debemos a la tortilla, en sus múltiples variedades, o a un simple pero sabroso y gratificante huevo frito con patatas! También es un ingrediente fundamental en muchos otros platos, en la elaboración de mayonesas, o en la pastelería, donde goza de infinitas aplicaciones.

Por otra parte, la gallina es un ave bastante austera y «barata» de mantener. No exige mucho: tan sólo grano o pienso para comer, agua fresca y limpia, y un refugio decente para pasar la noche o guarecerse de las inclemencias del tiempo; también es cierto que necesita un mínimo de espacio al aire libre, sobre suelo natural, para moverse con libertad y poder picotear y escarbar. Todo ello es vital para su salud y bienestar.

Sin embargo, pese a su virtudes y la gran utilidad que tiene para todos nosotros, los seres humanos, ¡qué mal la tratamos en general! Sobre todo, a partir de mediados del siglo XX (quizás desde antes), cuando fueron instalándose grandes naves de producción avícola para atender nuestra demanda cada vez mayor de huevos y carne de pollo, las condiciones de vida de estas pobres aves se volvieron particularmente penosas y crueles. No sólo se las condenó a vivir hacinadas a millares en el interior de esas espantosas construcciones, en un ambiente sucio e insano, sino que encima, para que produjesen más y más, se las sometía a una iluminación artificial permanente que las mantuviese activas durante las 24 horas del día. No sé a ustedes, que me están leyendo, pero a mí esto me parece de una crueldad infinita, un auténtico infierno.

Por fortuna, a lo largo de los últimos años ciertas explotaciones avícolas han suavizado estas condiciones tan extremas, en paralelo a una mayor sensibilización de los consumidores en lo que concierne al bienestar animal. Se están valorando más los huevos procedentes de granjas de gallinas «criadas en el suelo», no en jaulas, y/o en régimen de «semilibertad», con acceso al aire libre. Es un cambio de tendencia esperanzador y positivo, pero sospecho que todavía hay que mejorar muchas cosas. Aún siguen existiendo granjas industriales del tipo anterior, en las que estas aves malviven enjauladas y en condiciones miserables. En cuanto a las nuevas granjas, habría que investigar y controlar que, en efecto, las gallinas no sufran y se mantengan siempre en unas condiciones verdaderamente aceptables. No cabe duda de que las gallinas más felices son aquellas que se crían en granjas familiares de aldeas o pueblos pequeños, en contacto con el campo y la naturaleza, y siempre que dispongan, claro está, de un espacio amplio, al aire libre y sobre tierra natural. ¡Ah, y los huevos de éstas son siempre de mayor calidad!

Ciertamente, todo lo expuesto es extensible a las demás especies animales que criamos en granjas y de las que nos aprovechamos intensivamente: pavos, ocas, conejos, corderos, cabras, cerdos, vacas, etc. Sirva este modesto artículo para contribuir de algún modo a fomentar el bienestar de todos estos animales que mantenemos en cautividad, minimizando o limitando los criterios de explotación puramente económicos. Pensemos que ellos, las gallinas y los demás seres vivos mencionados, nos dan mucho, entre otras cosas su propia vida.

Dejemos de ser crueles. Es de justicia natural.

EN TORNO A «LOS SOPRANO»

 

          Hace pocos días terminé de ver al completo la serie televisiva Los Soprano, aproximadamente unos 13 años después de que se emitiese el último episodio. Podría parecer que ando «un poco» retrasado en lo que a novedades de la ficción en la pequeña pantalla se refiere, ¿verdad?, pero debo decir en mi defensa que si algo me caracteriza es redescubrir cosas valiosas del pasado, ya sea reciente o más remoto, y entusiasmarme con ellas. Y esto es exactamente lo que me ha sucedido con Los Soprano. Nunca es tarde si la dicha es buena.

          Soy consciente de que se ha escrito muchísimo sobre esta celebradísima serie de la cadena HBO, en general en un tono más que favorable. No en vano ha cosechado numerosos premios y críticas elogiosas, puesto que verdaderamente no le faltan méritos. Su creador, guionista y coproductor, David Chase, traza muy sabiamente el desarrollo argumental de todos los episodios (nada menos que 86, distribuidos en 6 temporadas), alternando con agilidad los turbios asuntos del clan mafioso italo-americano de New Jersey, dirigido por Tony Soprano, con los aspectos más diversos de su vida cotidiana y familiar. Además, todo el conjunto se enriquece con la participación de un gran número de personajes, muy diversos, bien caracterizados y a menudo complejos y contradictorios, que interactúan entre ellos de forma natural. Es más, el mundo criminal y el familiar no aparecen nítidamente separados, sino que por el contrario se solapan y se condicionan mutuamente, con un realismo que no deja de sorprender. La acción fluye con naturalidad, sin que sobre ni falte ninguna escena y con un ritmo perfecto, de tal modo que uno ni se aburre ni se siente abrumado en ningún momento de la serie. Este es uno de los grandes méritos de David Chase y su equipo de colaboradores.

          Ciertamente, o al menos a mí me ha ocurrido, no identificas bien a todos los personajes en un primer momento, al tratarse de una serie muy coral, pero a medida que vas avanzando capítulo tras capítulo te vas familiarizando con todos ellos, situándolos bien en la trama, conociendo sus rasgos personales e incluso, lo que no deja de sorprender, creando inconscientemente un lazo de simpatía con algunos de ellos (con unos más que con otros, desde luego). Desde luego, uno no olvida que se trata de mafiosos profesionales, con toda la carga de violencia y criminalidad que ello conlleva y que debería repugnar al espectador en buena ley. Pero, al mismo tiempo, son seres humanos, con sus problemas y complicaciones vitales, su vida familiar y sus debilidades.

          Casi todos ellos, los mafiosos, comparten en mayor o menor grado ciertos rasgos dignos de resaltar. Todos son italo-americanos, como lo demuestran claramente sus apellidos. Pese a desenvolverse sin pudor en el mundo del crimen, sin cuestionarse su peculiar manera de ganarse la vida, se muestran muy respetuosos con las tradiciones y con la religión (católica, por supuesto), dando mucha importancia a los ritos, imágenes, ceremonias y celebraciones. Pero al mismo tiempo son muy racistas, pues desprecian a los negros, a los hispanos e incluso a los judíos (salvo que, en este último caso, les convenga por razones prácticas hacer negocios con ellos). Asimismo, son machistas y bastante conservadores, con un nivel cultural muy escaso; en efecto, tienden a simplificar en exceso la realidad e interpretarla a su manera. Por último, obviamente, comparten una sólida afición por el lujo y los productos caros: automóviles nuevos y de alta gama, buenas casas, grandes banquetes, afición a los juegos de azar, prostitutas y strippers de cuerpos espléndidos, etcétera.

          Detengámonos ahora en algunos de los personajes principales de la serie, comenzando por su indiscutible protagonista, Tony Soprano.

          El personaje central de la serie es Tony Soprano, interpretado soberbiamente por James Gandolfini. Muy al principio de la ficción accede al cargo de Jefe de la mafia de New Jersey, el clan DiMeo/Soprano, que en el pasado estuvo bajo el mando de su padre (ya fallecido) y del hermano de éste, Corrado Soprano, más conocido como su tío Junior (Dominic Chianese). Aunque éste último sobrevive, no tiene más remedio que aceptar el liderazgo familiar de su sobrino Tony, quien exhibe una personalidad mucho más fuerte y resolutiva.

           Tony Soprano es un hombre complejo y poliédrico. Es listo, perspicaz, duro, con dotes de mando (su poderoso físico le ayuda a ello, indudablemente), pero a la vez puede mostrarse cercano, cariñoso, simpático y protector, cualidades que te hacen verle desde muchas ópticas bien distintas. Quiere a sus hijos y a su mujer, eso sí, sin ocultar su genio cuando hay conflictos, pero engaña a su esposa de manera sistemática con diversas amantes que se van cruzando en su camino. Ejerce como padre de familia bien dispuesto, aunque tanto él como Carmela, su mujer, han de enfrentarse muy a menudo con los problemas generados por los dos hijos de ambos, problemas que suelen desquiciarle y sacar a la luz su perfil violento. Los problemas familiares, además, no provienen exclusivamente de sus chicos, Meadow y Tony Jr., sino también de su anciana madre Livia, que a pesar de sus atenciones le desprecia y maltrata psicológicamente, de su tío Junior, que también le causa unos cuantos quebraderos de cabeza, y de su hermana Janice, una mujer inestable, ambiciosa y caprichosa.

          Muy posiblemente a causa de todos estos conflictos en el plano familiar. le sobrevienen crisis de ansiedad que acaban con él literalmente desmayado en el suelo. Por consejo médico, Tony acude a la consulta de una psiquiatra, madura y atractiva, la Dra. Jennifer Melfi (Lorraine Bracco), con la que establece una prolongada y un tanto irregular relación de terapia. Eso sí, la eficacia del tratamiento es cuando menos relativa, o incluso dudosa, ya que Tony se ve obligado a ocultar demasiados «detalles» acerca de su actividad, disimulada tras la denominación genérica de «gestor de residuos». Por su parte, la Dra. Melfi, que se percata enseguida de la verdadera calaña de su paciente, se debate entre su deber deontológico como profesional de la Psiquiatría y su íntima repugnancia ante el modo de vida de Tony.

          Hablemos ahora de los capos o capitanes que forman el círculo de confianza de nuestro protagonista.

          Aquí nos encontramos con una variopinta serie de personajes, entre los que destacan Paulie Gualtieri  (Tony Sirico) y Silvio Dante (Steven Van Zandt), seguramente sus dos hombres más leales, aparte de resultar arquetípicos. Paulie, un matón que trabajó en el pasado como guardaespaldas del padre de Tony, es presumido y cuida mucho su aspecto físico, manteniendo siempre su tez morena y sus plateadas sienes bien peinadas hacia atrás; como la mayoría de sus colegas, es bastante inculto, con ideas delirantes, pero se muestra siempre muy atento a los deseos e instrucciones del Jefe. Es muy expresivo e incluso puede resultar también divertido, aunque cambia rápidamente de registro a la hora de extorsionar, amenazar o ajustarle las cuentas a alguien. Pese a su lado oscuro, debo confesar que me cae bastante simpático (¡qué le voy a hacer!); podría ser el compañero ideal para tomarse unas cervezas y echar unas risas. En cuanto a Silvio, compone un personaje muy curioso; siempre va perfectamente trajeado o, al menos, cuidadosamente vestido, aunque su indumentaria «cante» bastante por lo llamativa. Sin duda, también le preocupa su aspecto externo hasta la exageración. Llama poderosamente la atención su abundante pelo, espeso, engominado y repeinado, que parece irreal. Muestra en todo momento un gesto como de desagrado o desaprobación, con el labio inferior prominente y torcido hacia abajo. Pese a todos estos signos externos, se conduce normalmente con mesura y cautela, ejerciendo el papel de «consigliere» tranquilo de Tony. Junto con este último, regenta una sala de strippers, en la que la clientela toma sus copas y realiza sus apuestas mientras se deleita observando a las chicas; en dicho local se reúnen habitualmente y en privado los componentes del clan.

          Tenemos también a Chris, Christopher Moltisanti (Michael Imperioli), sobrino y protegido de Tony, muy presente a lo largo de toda la serie. Es un joven impetuoso, a menudo violento, que vive deslumbrado por el dinero fácil y todo lo que se puede conseguir con él: buenos coches, lujos, placeres… Se empareja con una chica realmente espectacular, Adriana La Cerva (Drea de Matteo), la cual permanece siempre bastante enamorada de él, a pesar de que el mal carácter de Chris aflora con frecuencia y la maltrata en diversas ocasiones. Con el tiempo, Chris acabará teniendo serios problemas con el alcohol y las drogas. Otro capo importante y a las órdenes de Tony es Big Pussy Bonpensiero (Vincent Pastore), que resulta captado como informante por el FBI y, al ser descubierto, acabará de mala manera, como es de suponer. Bobby Baccalieri (Steven R. Schirripa) es probablemente el único al que podría ponerse la etiqueta de «buenazo», por su carácter pacífico; durante un tiempo se le encarga cuidar al tío Junior en la casa de éste, dada su avanzada edad y por encontrarse confinado en su domicilio por orden judicial. Más adelante, se convierte en cuñado del propio Tony, al formar pareja con la hermana de éste último, Janice.

          Ralph Cifaretto y Richie Aprile son quizá los mafiosos más villanos, sádicos y detestables de la larga lista. Tony Blundetto (Steve Buscemi) asume un papel especialmente complejo, atormentado y rico en matices. Vito Spatafore, que llama la atención por su baja estatura y gran obesidad, protagonizará con el tiempo una historia interesante debido a su naturaleza homosexual, que deja al descubierto ya muy avanzada la serie. En fin, como ya he señalado, son muchos y muy variados los personajes que aparecen en la trama, y todos ellos destacan con su perfil propio, aunque permanezcan menos tiempo en pantalla. Sería muy injusto terminar sin referirme a los capos de la orilla opuesta del río Hudson, los miembros de la mafia neoyorquina, de Brooklyn para ser exactos; como son limítrofes, los conflictos, acuerdos y choques entre ambos grupos están asegurados. A destacar en este último clan Johnny Sack y Phil Leotardo, por supuesto también italo-americanos.

          Por último, dedicaremos unas líneas a los miembros del núcleo familiar que viven bajo el mismo techo que Tony, es decir, su esposa Carmela y sus hijos Meadow y Tony Jr.

          Carmela Soprano (Edie Falco) asume un rol de primera importancia en toda la serie. De carácter y gustos tradicionales, ejerce sin descanso su papel de ama de casa, madre y esposa. Por lo que se refiere a las actividades criminales de su marido, parece ignorarlas (o más bien mirar hacia otro lado), según mi propia interpretación. Al fin y al cabo, los «negocios» de su cónyuge le proporcionan un amplio abanico de comodidades y lujos de los que disfruta plenamente, y a los que sin duda no estaría dispuesta a renunciar. Procura educar a sus hijos según los valores y costumbres tradicionales, soñando con un gran nivel educativo para ambos, aunque en este último aspecto, y en lo referente a su hijo menor, Tony, fracasa por completo. Frecuenta la parroquia de su distrito y participa en sus actividades, manteniendo al principio una relación bastante estrecha (pero no íntima) con el joven y atractivo cura, hasta que éste intenta saltar todas las barreras insinuándose abiertamente a Carmela, momento en el que ésta le rechaza de forma categórica.

          Carmela, una mujer madura pero bastante atractiva, se mantiene casi siempre fiel a su marido (del cual puede afirmarse todo lo contrario, como ya hemos visto), aunque con el tiempo mantendrá alguna aventura extra-matrimonial. Además, sentirá también un sincero enamoramiento que, sin embargo, no podrá verse satisfecho, con el joven Furio Giunta, un soldado de la mafia napolitana «prestado» durante un tiempo al grupo de Tony. En otro orden de cosas, Carmela exhibirá a menudo su fuerte carácter plantándole cara a Tony, con el que tendrá frecuentes discusiones y varias crisis de importancia.

          Meadow (Jaimie Lynn Sigler) es la hija mayor de Carmela y Tony, y la conocemos desde su temprana adolescencia. Se trata de una muchacha inteligente y perspicaz, que se da cuenta por sí misma del tipo de actividad que ocupa a su padre y a todo su círculo de colaboradores. Aunque en el fondo rechaza ese modo de vida y nunca participará en él, se acomoda a la situación, en parte porque es muy joven aún pero también por las comodidades que le ofrece, en particular por las perspectivas que se le abren de poder ir a la universidad que más desee. Es activa y se muestra moderadamente rebelde frente a sus padres, como tantas chicas de su edad, pero tiene buenas dotes para los estudios. Tiene planeado estudiar Medicina, aunque al final se decanta por las Leyes, que le parecen más asequibles y, además, cuenta con la ventaja de haber trabajado como auxiliar en prácticas en un bufete de abogados.

          Por lo que se refiere al menor de los hijos, Tony Jr., las cosas van resultando peores que con su hermana. Le vamos viendo crecer, más o menos desde los 10 años de edad, y enseguida demuestra ser bastante mal estudiante. No parece interesarle ninguna materia en particular, y los videojuegos pronto le ocupan todo su tiempo en casa. No sirven de nada los esfuerzos, las broncas ni los castigos de sus padres, ni tampoco los caros regalos que recibe de éstos; le es imposible ingresar en ninguna universidad, por su mediocre curriculum escolar, y acaba entrando en el mundo del trabajo. Sigue siendo un chico desorientado, rebelde pero errático, que no acierta a encajar en nada. Parecen surgir en él ciertos nobles ideales, como el ecologismo, y se preocupa mucho por el mundo en que vive, por la amenaza del terrorismo islámico y las posibles represalias militares que podría llevar a cabo su país, pero le falta carácter y fuerza interior para madurar.

 

UNA REFLEXIÓN FINAL

No cabe duda alguna de que Los Soprano es una serie excelente, en todos los sentidos. Ahora bien, uno no puede olvidarse de la clase de mundo que tan certeramente retrata, un mundo corrompido, movido exclusivamente por intereses materiales de grupo o clan y con un uso sistemático de la violencia, que se manifiesta bajo múltiples formas: engaño, extorsión, robo, evasión fiscal, desaparición de pruebas, venganzas, palizas y asesinatos. Lo peor es que esta actividad criminal no se limita a las mafias de origen italiano de New Jersey o New York, sino que está presente como una plaga en todo el mundo. El espectador contempla pues uno de los peores aspectos de la actividad humana, y debería sentirse sinceramente preocupado por ello.

¿Es posible un mundo mejor, más justo, más limpio, más pacífico y más respetuoso con nuestro entorno, mientras esta clase de organizaciones sigan actuando? Con franqueza, es muy difícil mostrarse optimista.

 

¿HAY ALGUIEN QUE SEPA A DÓNDE VAMOS? ALGUNAS REFLEXIONES A DISTINTO NIVEL

 

 

POLITIQUEO NACIONAL

      En España, y en lo que va de año, acabamos de sufrir varios procesos electorales y un largo, tedioso y estéril intento de formar Gobierno. El Partido Socialista, liderado por Pedro Sánchez, y ganador claro de las elecciones generales del pasado 28 de abril, aunque sin una mayoría suficiente, ha encallado en su pretensión de investir como nuevo presidente a su candidato, y por el momento nos vemos obligados a continuar  con un gobierno en funciones que, por su propia naturaleza, no puede gobernar de verdad, ni decidir sobre los grandes problemas existentes ni proponer iniciativas legislativas de ninguna clase. ¿Quién o quiénes tienen la culpa? Está claro que hay opiniones de todos los colores y para todos los gustos. Desde la derecha (ahora tricéfala) se lanzan sin cesar duras críticas a Pedro Sánchez, al que tachan de incapaz y acusan de «echarse en manos» de los independentistas, los antisistema, los que apoyan a ETA, etc., etc., sin cortarse un pelo en cuanto a la gravedad y lo inapropiado de sus invectivas.

      Cuando escucho tales acusaciones, sólo puedo pensar en la flagrante contradicción en la que incurren quienes las pronuncian. Porque, ¿qué otra alternativa posible podría barajar el PSOE? Obviamente, lo más sensato sería que los partidos «constitucionalistas», como PP y C’s, se abstuvieran en la votación de investidura, para facilitar así que el candidato socialista obtuviese una mayoría simple, suficiente como para formar gobierno y echar a andar, que no es poco (parafraseando a Mariano Rajoy, «no es cosa menor»). Pero no, ¡de ninguna manera, al enemigo Sánchez, ni agua! Los partidos de la derecha se han encastillado en el NO rotundo, de manera que no dejan otra opción a los socialistas más que la de buscar apoyos en fuerzas situadas a su izquierda (como ya lo ha intentado, sin éxito) o entre las fuerzas nacionalistas e independentistas. Semejante forma de actuar por parte de los conservadores es la del famoso perro del hortelano, que ni comía ni dejaba comer: no te voto en modo alguno, y ni siquiera me abstengo, pero te fustigo sin piedad al menor indicio de que intentes buscar otros apoyos. ¿Es o no es una actitud absurda? Por su parte, Unidas Podemos, con Pablo Iglesias al frente (una fuerza en declive y con profundas divisiones internas), no ha posibilitado tampoco el tan necesario apoyo a Pedro Sánchez, ya que exigían una cuota de poder, en fondo, forma, número y contenido, que resultaba inasumible por los socialistas, quienes se verían forzados a aceptar dos gobiernos en uno sólo, algo que evidentemente no iba a funcionar.

      Así las cosas, los españoles hemos comprobado las profundas divisiones, los incontables vetos y la notoria incapacidad de llegar a acuerdos entre los distintos partidos politicos, al menos entre las cuatro o cinco principales fuerzas a nivel nacional. Los abismos entre unos y otros son demasiado hondos, las antipatías y cordones sanitarios resultan tan patentes que se imposibilita cualquier entendimiento, por otra parte tan deseable y provechoso para el conjunto de la nación. En estos últimos tiempos, hemos transitado de un sistema bipartidista, muy denostado por los nuevos actores políticos, por cierto, a un sistema de bloques, aún más incapaces si cabe de tenderse puentes entre sí. La sensación que se queda en el ciudadano español no puede ser otra que la de un gran desencanto y frustración, tras tantos meses de campañas electorales, discursos, mitines, promesas, debates … y esperanzas incumplidas. Estamos de nuevo en la casilla de salida (como en el mes de abril), ya que el fantasma de unas nuevas elecciones se hace más real cada día.

      Mientras la política nacional está atascada, los problemas no se paran. La sanidad y la educación públicas, duramente castigadas por los ejecutivos de M. Rajoy (2011-2018), precisan con urgencia atención y más recursos. El mundo laboral aún sufre las consecuencias de la drástica reforma llevada a cabo por la entonces ministra popular Fátima Báñez (2012), y requiere un nuevo marco jurídico que luche eficazmente contra la precariedad, los sueldos de miseria y la inestabilidad en el empleo. A nivel europeo, hay que prestar la mayor atención a la política de la UE, precisamente ahora que se están renovando sus órganos de gobierno, sin olvidar en ningún momento las consecuencias que pueda tener un Brexit duro, ahora muy probable con Boris Johnson como nuevo inquilino del nº 10 de Downing Street. En otro orden de cosas, como viene siendo una lamentable costumbre verano tras verano, los incendios forestales surgen de nuevo con virulencia en muchos puntos de nuestra geografía, ya de por sí muy afectada por la sequía; nunca me cansaré de repetir que este gravísimo problema medioambiental exige una respuesta a nivel nacional contundente y eficaz, con actuaciones en muchos frentes: jurídico y penal, de educación ciudadana, preventivo (a lo largo de todo el año), y de disponibilidad de medios.

 

POPULISMOS, FALSEDADES Y MIOPÍA, A ESCALA GLOBAL

      La verdad es que, en el ámbito mundial, tampoco podemos felicitarnos en modo alguno sobre cómo marchan las cosas. Desde que Donald Trump se convirtiera en presidente de los Estados Unidos de América, hace ya 2 años y medio (¡parece una eternidad!), el mundo es bastante más inseguro e inestable. La primera potencia económica y militar ha elegido un rumbo atípico y errático, salpicado de errores, declaraciones agresivas, dimisiones y ceses fulminantes en la cúpula del gobierno de Washington. Uno de los efectos más inquietantes de la nueva política norteamericana ha sido la de poner aún más en peligro la salud ecológica y medioambiental del planeta. Cuando ya nadie duda de la realidad del cambio climático y del enorme daño que nuestro sistema económico-productivo y generador de residuos causa al medio natural, el inquilino de la Casa Blanca sigue enrocado en un absurdo negacionismo, del que incluso se atreve a bromear. No voy a decir nada nuevo al afirmar que el señor Trump es un hombre inculto, soberbio, imprudente y autoritario, capaz de generar conflictos y tensiones innecesarios, haciendo caso omiso a las más elementales normas de prudencia (cuando alguien de su equipo más próximo le molesta, lo despide sin contemplaciones, sin pararse a valorar sus propuestas y consejos). Se ha hecho tristemente famosa su cuenta de Twitter, en la que vierte todas sus ideas y opiniones, tan superficiales e inmaduras como peligrosas.

      ¿Qué dirían, si levantasen la cabeza, antiguos y prestigiosos presidentes de los EE.UU. como Franklin D. Roosevelt, Dwight D. Eisenhower o John F. Kennedy? ¿Qué ha sucedido en los U.S.A., una nación tan asombrosa y admirable en muchos aspectos a lo largo de todo el siglo XX, para que se haya confiado la máximo responsabilidad a un personaje tan zafio, maleducado y escasamente preparado a nivel intelectual? Por si fueran pocos sus defectos, el señor Trump se vale de la mentira y el embuste de modo continuado y con el mayor de los descaros, con el fin de defender sus posiciones y desacreditar a sus oponentes. No hace falta decir que esta conducta es extremadamente peligrosa en un presidente, para la nación entera, por cuanto supone de degradación de la vida política y de los mensajes que se trasladan a la ciudadanía. Resulta muy preocupante su odio a la prensa y medios de comunicación que no le son afines, a los que no vacila en acusar de crear «fake news», en el colmo de la desvergüenza. La prensa libre y bien informada, no lo olvidemos, es uno de los pilares fundamentales de una sociedad libre, plural y democrática, algo que garantiza el rigor y la objetividad de las informaciones, y evita la burda manipulación de la ciudadanía por parte de un poder abusivo.

      El uso y abuso de la mentira no es privativo de Donald Trump. Tenemos ejemplos más cercanos, como ocurre en el Reino Unido. La sociedad británica fue muy mal informada sobre aquel aciago referéndum del Brexit, en especial por parte de políticos de relevancia como Nigel Farage y el propio Boris Johnson (ahora Primer Ministro), los cuales mintieron sin ningún escrúpulo acerca de las hipotéticas ventajas que tendría para su país la salida de la Unión Europea. Y lo siguen haciendo, apelando mucho más a emociones y sentimientos patrioteros que a razones objetivas y bien fundamentadas. Desgraciadamente, los movimientos de extrema derecha, una manera de pensar que creíamos arrinconada y marginal, ha emergido con fuerza y ya gobierna en ciertos países europeos e iberoamericanos. Uno de los casos más lamentables es el de Brasil, con Jair Bolsonaro en la presidencia. Una de las políticas más dañinas del nuevo presidente brasileño es la referente a la Amazonia y a la explotación salvaje de sus recursos naturales, a la que ha retirado todos los vetos que existían con anterioridad. Al más puro estilo Trump, que por cierto le tiene una gran simpatía, hace pocos días nos enterábamos de que va a nombrar a uno de sus hijos (gran experto en el manejo de armas) como embajador en Washington. Nepotismo puro, otra llamativa «virtud» de estos nuevos gobernantes.

      ¿Y en España? Pues, sin llegar a tales extremos, también aquí se echa mano del embuste, el engaño y la manipulación grosera de la verdad ante la opinión pública, por parte de muchos políticos relevantes y de algunos medios de comunicación afines a sus tesis. Las consignas de partido y las «verdades» oficiales constituyen el pan nuestro de cada día, en detrimento de la realidad objetiva. Cada fuerza política tiene su propio argumentario y su particular visión de las cosas, de un modo tan rígido y encorsetado que los debates, lejos de ser enriquecedores de cara al ciudadano, resultan siempre estériles, además de crispar en gran medida el diálogo político. Cuando, desde los medios de comunicación, se pide a los políticos de diferente signo su opinión acerca de tal o cual problema, las versiones que se dan son tan opuestas que confunden a la ciudadanía, especialmente a todos aquellos que no tienen un criterio formado y claro acerca del asunto tratado.

      No quiero dejar de lado otro gran defecto que caracteriza a la mayor parte de nuestra clase política (sigo refiriéndome al caso español): la clamorosa ausencia de visión a medio y largo plazo. Se supone que un político auténtico, comprometido y con vocación de estadista, ha de ser capaz de mirar más allá del corto periodo de una legislatura, un lapso de tiempo (4 años) demasiado breve como para abordar seriamente los grandes retos a los que se enfrenta nuestra sociedad, tanto en el plano estrictamente nacional como en el plano global. Me gustaría oírles debatir, en serio y sin guiones precocinados, acerca del modelo energético, la conservación del medio ambiente, la lucha contra el cambio climático, las crisis migratorias (actuales y futuras), el papel del trabajo humano en un mundo cada vez más automatizado, la renta mínima, o nuestro papel en Europa. ¡Qué lejos están muchos políticos mediocres de estas grandes cuestiones! A algunos, por ejemplo, les preocupa sobremanera que no se les permita desarrollar con normalidad un mitin en Alsasua (¡vaya, qué tragedia!). Otros, particularmente afines a regímenes autoritarios y represores como el que padecimos en España desde 1939 hasta 1977, no vacilan en calificar al movimiento feminista como una «dictadura ideológica» (¡qué curioso que utilicen ellos, precisamente, el término dictadura como arma arrojadiza!). Si la formación EH Bildu (que guste o no, hoy día es un grupo político totalmente legal) menciona la posibilidad de abstenerse en una votación de investidura para desbloquear la formación de un gobierno, autonómico o nacional, la derecha salta como un sólo hombre acusando agriamente a los socialistas de «ir de la mano de los terroristas», con lo que faltan así a la verdad de un modo clamoroso y esperpéntico. Del mismo modo, a muchos de los que tanto gustan de envolverse en la bandera rojigualda les produce irritación la creciente y espontánea corriente antitaurina, acusándola de ir en contra de las «esencias y señas de identidad de nuestra cultura», pero permanecen en silencio ante un fenómeno tan destructivo como las olas de incendios, que devastan nuestro patrimonio natural y están provocados en su mayoría por auténticos criminales sin escrúpulos, que suelen quedar impunes. El verdadero patriotismo se demuestra con responsabilidad y con hechos, no con formas ni símbolos.

      Como se ve, la miopía política suele ir acompañada de la rigidez mental, la manipulación de la verdad, y la ausencia de una cultura abierta, amplia y sólida.

 

UNA REFLEXIÓN FINAL

      Hace pocos días escuchaba yo una noticia muy inquietante. De acuerdo con cierto observatorio científico, en este preciso momento (verano de 2019) nuestro planeta se halla a tan sólo 18 meses de alcanzar un punto crítico de no retorno, a partir del cual podría ser ya imposible revertir los fenómenos del cambio climático y el calentamiento de los océanos. Sin dar a esta noticia todo el crédito que posiblemente pueda llegar a tener, puesto que ni soy científico ni poseo los medios suficientes para contrastarla, sí que estoy absolutamente convencido de que la acción depredadora del ser humano está llevando rápidamente a la Biosfera a un estado muy peligroso y nada halagüeño, sin que las medidas que se van adoptando puntualmente sean lo suficientemente amplias, contundentes y eficaces como para detener y resolver el problema.

      La economía basada en el consumo a gran escala (la cultura del usar y tirar) y en la maximización del beneficio financiero actúa frontalmente en contra de la Naturaleza y, a la postre, de nuestros propios bienestar y supervivencia. Son ya muchos los hombres, mujeres y organizaciones civiles que alzan su voz acerca de esta cuestión, aquí y ahora el Gran Problema por excelencia. Ahí tenemos el ejemplo de la admirable Greta Thunberg, jovencísima activista sueca , que, venciendo todos los obstáculos posibles, clama en todos los foros por cambiar nuestra forma de vida y evitar los daños irreversibles que seguimos causando a nuestro medio ambiente.

      ¿Qué puedo decir más? Lo expondré de forma muy esquemática y resumida:

          * Formación y cultura

          * Espíritu crítico

          * Amor a la verdad

          * Libertad de pensamiento

          * Sensatez y responsabilidad

          * Capacidad de denuncia

          * Exigencia de soluciones a nuestros gobernantes

EN TORNO A LA INMIGRACIÓN

 

          Vaya por delante que me considero una persona abierta, defensora a ultranza de lo público, crítica con el sistema económico actual, orientada a lo social y, en definitiva, de izquierdas. Creo haberlo demostrado suficientemente a través de múltiples artículos publicados en este blog personal, así como por medio de mi actividad en Twitter y otros foros. Sin embargo, hay una cuestión de gran importancia (vital, diría yo) para nuestra sociedad, en la cual discrepo abiertamente de lo que parece ser el pensamiento común de los partidos más progresistas, así como de las opiniones que vierten a diario los medios de comunicación más afines a la izquierda ideológica.

          Me refiero al problema de la inmigración, e intentaré expresarme de la manera más clara y honesta posible.

     Se tiende a considerar siempre al inmigrante como una persona a proteger a toda costa (lo que dice mucho en favor del que así lo piensa, dicho sea de paso). Cuando llega por mar en condiciones de lo más precario, se procura su rescate por todos los medios posibles, se le facilita abrigo y alimento, se le atiende en el aspecto sanitario, y se presiona desde la opinión pública para que las autoridades y fuerzas del orden le permitan entrar en nuestro país, con o sin papeles en regla. Esto, desde un punto de vista objetivo y humanitario, puede resultar encomiable, muy especialmente en el caso de los refugiados de guerra (tenemos el ejemplo paradigmático de Siria, un país destruido y devastado por 7 largos años de guerra). Ahora bien, el problema reside en cómo gestionar el gran número de inmigrantes que desde hace ya bastantes años están penetrando de manera irregular en nuestras fronteras, particularmente los que arriban a nuestras costas de Andalucía y Canarias, que por otra parte no suele ser el caso de los ciudadanos sirios que escapan del horror de su país (éstos últimos suelen huir de su territorio a través de Turquía y Grecia, al otro lado del Mediterráneo). Sinceramente preocupado por este fenómeno, me he propuesto escribir y compartir algunas reflexiones, aún a riesgo de que lo que vaya a exponer se pueda considerar por muchos como “políticamente incorrecto”. Pero es cosa sabida que quien tiene el valor de opinar, se arriesga al posible juicio negativo del que le escucha o lee.

          Los ciudadanos norteafricanos y, también en gran medida, los procedentes del Sahel y del Africa central (Mali, Mauritania, Senegal, Burkina, Níger, las dos Guineas, Ghana, Nigeria, República Centroafricana, Camerún, Gabón y otros países que integran la inmensa región del golfo de Guinea) llevan ya muchos años intentando entrar en España y Europa en gran número, y este es un fenómeno que tiende a ir en aumento. Las razones son muy variadas, pero de lo que no cabe duda es de que éstas actúan conjuntamente, a saber: pobreza, falta de oportunidades, miseria, violencia, corrupción extrema, estados fallidos, y también una importante explosión demográfica, como la que afecta a la superpoblada Nigeria, así como a otras naciones de su entorno. Estaremos todos de acuerdo en que son razones muy poderosas para que uno se plantee muy seriamente emigrar en busca de una vida mejor. Es algo que no se pone en duda.

          El problema de esta cuestión es que estas oleadas continuadas de inmigrantes, que como ya he señalado no tienen visos de detenerse ni de menguar, exceden nuestras capacidades de acogida e integración, y aún excederán más en el futuro. En 2017 se calcula que entraron ilegalmente por nuestras costas y a través de Ceuta y Melilla más de 27.000 inmigrantes, más del doble de los que lo hicieron en 2016 (unos 13.900); en 2015 penetraron casi 17.000; y en los últimos 11 años la cifra asciende a más de 140.000 personas, de acuerdo con las estadísticas facilitadas por el Ministerio del Interior. A primera vista podrían parecer cifras discretas, pero las condiciones que se dan en el África subsahariana hacen prever que irán en aumento en los próximos años y décadas.

          En primer lugar, lo más obvio e importante es que no hay trabajo que ofrecerles. En España tenemos 3,8 millones de parados según las estadísticas oficiales (EPA 4º trimestre 2017), y se sabe que muchos desocupados reales ya no figuran en las cifras del paro, por ser de muy larga duración y no percibir ningún tipo de ayuda al desempleo, o bien por haber perdido por completo la esperanza de encontrar trabajo, en razón de su edad. Además, a nadie se le oculta que el trabajo humano se encuentra en recesión (no sólo en España, sino en todo el mundo desarrollado), por efecto de la automatización creciente de gran número de tareas y empleos. La robotización, que ya hace bastantes años hizo su aparición en las cadenas de montaje de las grandes factorías automovilísticas, ahora va un paso más allá en su grado de sofisticación y está comenzando a implementarse en un gran número de actividades empresariales y administrativas de todo tipo. Pensémoslo fríamente, ¿cómo se van a ganar la vida todos los inmigrantes que nos llegan?, ¿de manteros?, ¿pidiendo limosna a las puertas de los supermercados? A la postre, la única salida posible que a muchos se les presenta es la de dedicarse indefinidamente a la mendicidad, cuando no a algo peor.

          Por otra parte, no nos olvidemos de que son muchos, la inmensa mayoría de ellos, los que entran sin documentación y de manera irregular. No hay un control adecuado. De muchos no se conoce el país de origen, ni su actividad anterior, ni siquiera su nombre auténtico. Existe la sospecha (esto se comenta en diversos foros) de que un cierto número de ellos procedan de las numerosas guerrillas que surgen en países que están en permanente conflicto tribal, cuando no en abierta, sangrienta y cruel guerra civil. ¿Se trata siempre de personas seguras, en quienes podamos confiar? No se sabe, y obviamente nadie puede aseverar a priori que estemos siempre ante personas estupendas, honradas, pacíficas y trabajadoras, aunque muchas de ellas sí lo sean realmente.

          También está el factor de la asistencia sanitaria. Nuestra Sanidad pública, a partir del año 2012, cuando subió al Gobierno el PP de Mariano Rajoy, comenzó a sufrir recortes muy serios en sus asignaciones presupuestarias, lo que para nuestra desgracia se ha traducido en menos medios humanos y materiales, en una peor calidad en el servicio y en un aumento en las listas de espera. Un exceso de pacientes procedentes del extranjero incrementa seriamente el peligro de colapso en nuestra red hospitalaria y asistencial; lo que es seguro es que supone una merma considerable en la hasta ahora buena calidad que venía ofreciendo nuestro sistema público de Salud. Los “mal pensados”, y en cierto modo me incluyo entre ellos, podrían incluso atribuir al Gobierno neoliberal del PP la siniestra intención de acelerar con todo ello el deterioro de nuestra Sanidad pública (cosa que no sería nada descartable, conociendo sus preferencias por la sanidad privada, que no se molestan en ocultar). En cualquier caso, a nadie se le oculta que las dificultades de nuestra red asistencial afectan, muy directamente, a una gran parte de ciudadanos/as españoles/as, justamente aquellos con menor poder adquisitivo y que dependen al 100% de la sanidad pública para el tratamiento de sus problemas de salud.

          Voy a ir terminando. Estimado lector, la condescendencia (que algunos llaman un tanto despectivamente «buenismo») que caracteriza la manera de valorar el fenómeno de la inmigración por parte de muchas personas (bienintencionadas, no lo niego), así como por parte también de medios informativos, grupos de opinión, y fuerzas políticas de la izquierda, no debe impedirnos ver la realidad tal como es. Y la realidad, tanto actual como futura, no es agradable ni complaciente; ante los desafíos que se nos presentan (laborales, sanitarios y de seguridad), se revelan inútiles las meras buenas intenciones de quienes apoyan sin más la acogida continuada de inmigrantes. En este artículo me he referido fundamentalmente a los inmigrantes africanos, que constituyen a día de hoy el flujo de inmigración irregular más importante en España, pero no podemos olvidar que en épocas bien recientes ha penetrado en nuestro territorio un número muy cuantioso de ciudadanos sudamericanos, marroquíes y de varios países de la Europa del Este, muy a menudo de manera también incontrolada, y que desde el momento de desatarse la crisis de 2007/08 quedaron desocupados en una gran proporción. Debemos afrontar y analizar el grave problema de la inmigración con criterios más fríos y racionales, sin perder nunca de vista la protección de nuestros propios intereses, como ciudadanos españoles y europeos.

          La solución de fondo, si es que la hay, habrá de pasar por que nuestros gobiernos, la Unión Europea e incluso la O.N.U. se comprometan seriamente a ayudar a los países de origen de todos estos emigrantes, prestándolos apoyo financiero, técnico, educativo y médico -asistencial (seguramente con apoyo militar capaz de garantizar el cumplimiento de toda esa compleja labor), para que esas sociedades rotas y desestructuradas del Sahel y del centro de África salgan del pozo de miseria y violencia en que se encuentran y comiencen a desarrollarse y a ofrecer un futuro digno y sostenible para sus gentes, sin necesidad de que éstas se vean obligadas a emigrar hacia el Norte (en el que se encuentra España en primerísima línea). Es en esta actividad en la que han de concentrarse los esfuerzos de la Unión Europea.

          Mientras tanto, la inmigración masiva y descontrolada habrá de ser frenada de algún modo, so pena de que nuestras propias sociedades (la española se ve particularmente afectada, por su crítica posición geográfica) comiencen a deteriorarse de manera irremisible, con malas y desagradables consecuencias para todos nosotros y nuestros descendientes. Sería bueno que nuestros políticos y gobernantes, sean de la ideología que sean, reflexionasen sobre todo ello, con rigor y en toda su integridad, sin criticarse ni descalificarse mutuamente como resulta habitual.

«CAMBALACHE» – REFLEXIONES SOBRE EL MUNDO ACTUAL

 

          Existe un viejo tango que lleva por título «Cambalache«. Lo compuso allá por 1934 el maestro argentino Enrique Santos Discépolo, y alcanzó bastante popularidad tanto en su tierra natal como en otros países de habla hispana. Su letra, jocosamente amarga y de pura denuncia social, adquiere hoy, a pesar de los años transcurridos, plena vigencia y una enorme actualidad. Entresaco aquí algunos de sus párrafos más reveladores, aunque toda ella es sumamente acertada:

«Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé …… pero que el siglo veinte es un despliegue de maldad insolente ya no hay quien lo niegue …… Hoy resulta que es lo mismo ser derecho (honrado) que traidor, ignorante, sabio, chorro (ladrón), generoso, estafador. ¡Todo es igual, nada es mejor, lo mismo un burro que un gran profesor! …… Siglo XX, cambalache (negocio sucio), problemático y febril, el que no llora no mama y el que no afana es un gil (huelga explicar el término) …… Es lo mismo el que labora noche y día como un buey que el que vive de los otros, que el que mata o el que cura o está fuera de la ley.»

          Podríamos ampliar el significado del término «cambalache», trasladándolo a nuestra vida actual y asemejándolo a conceptos como el muy español de cachondeo, o al de sin dios, o al de maricón el último, si se me permite la licencia. Y es que en realidad el mundo de ahora, del año 2018, está bastante trastornado. Quizás nunca estuvo sano, por lo que se refiere a muchas de las actividades protagonizadas por nuestra especie, la del mal llamado Homo Sapiens, pero estoy convencido de que nunca antes habíamos llegado con nuestra acción a un punto tan crítico para con nosotros mismos y el entorno natural en que vivimos. Hagamos un breve repaso de algunos de los grandes problemas que aquejan a la Humanidad en estos momentos:

  • Inseguridad, conflictos armados, terrorismo yihadista, tensiones entre las grandes potencias, las amenazas del líder norcoreano, peligro nuclear, estados fallidos, en fin, en los que reinan el caos, la anarquía y los grupos armados descontrolados. La sustitución de Barack Obama hace ahora justo un año por el magnate Donald Trump en la presidencia de la primera potencia mundial no ha contribuido precisamente a la mejora del equilibrio global; más bien lo ha empeorado de manera significativa.
  • Superpoblación. El crecimiento demográfico no se detiene, pese a habérsenos quedado el planeta pequeño desde hace décadas. China e India superan los 1.300 millones de habitantes cada una. A pesar de su extrema pobreza, el África subsahariana experimenta un boom demográfico, una de cuyas consecuencias es la presión migratoria que sufrimos en Europa, y que es muy probable vaya a más en los años venideros. De modo parecido, los U.S.A. padecen el mismo problema con respecto a Centroamérica y Sudamérica. Y esto sucede, no lo olvidemos, cuando el trabajo humano está seriamente amenazado con la automatización y la robotización crecientes.
  • Desigualdades económicas profundísimas, no sólo entre unas naciones y otras, sino también, dentro de los propios estados, entre grandes masas de población en situación de precariedad y/o pobreza y minorías cada vez más poderosas y ricas. La acumulación de riqueza por parte de unos pocos (en términos relativos) ha llegado a niveles absolutamente obscenos.
  • Mientras tanto, la Naturaleza se halla en franco retroceso, debido a la sobreexplotación de los campos, bosques, aguas continentales y mares. La presión demográfica, los vertidos industriales, la acumulación de desperdicios y desechos de todo tipo, la caza y la pesca indiscriminadas, la explotación de todo tipo de recursos naturales, todo ello conlleva el exterminio de especies animales y vegetales. Para colmo, el sobrecalentamiento de la atmósfera, por causa de las emisiones de gases contaminantes, altera el clima, como ya estamos comprobando, provoca inundaciones y también genera grandes sequías, lo que no hace sino empeorar y poner en grave peligro las condiciones de vida sobre la Tierra.
  • Incapacidad de las clases dirigentes, especialmente de los gobiernos, para abordar con eficacia todos estos grandes problemas. Se observa una preocupante ausencia de visión a medio y largo plazo por parte de quienes asumen las mayores responsabilidades políticas. Tampoco se aprecia en la mayoría de ellos inteligencia ni imaginación para cambiar el estado de cosas. Asimismo, albergo serias dudas acerca de sus principios éticos y buenas intenciones, ya que siempre optan por adular a las grandes corporaciones y los más poderosos, antes que escuchar las continuas voces de alarma que surgen del mundo cientifico y las propias sociedades civiles. Volviendo a lo que indicaba en el punto primero, la presencia de un personaje tan discutido y anti-ecológico como Mr. Trump en la Casa Blanca es desalentadora.

          ¿Por qué ocurre todo esto, precisamente cuando «disfrutamos» de la mayor cantidad de información que hubiéramos podido nunca imaginar, cuando las comunicaciones entre cualesquiera puntos del planeta son prácticamente instantáneas, y cuando la evolución científica y técnica no deja de sorprendernos cada día con nuevos logros, adelantos y aplicaciones? ¿Acaso no parece paradójico? Lo cierto es que, a pesar de ello, todos estos avances parecen incapaces de ofrecernos unas perspectivas optimistas acerca de un mundo mejor, más seguro, sano y justo. Se me ocurren algunos motivos que explican el «cambalache» actual, en el que estamos todos enfangados.

          1) En primer lugar, están los todopoderosos intereses económicos por parte de algunos Estados y (sobre todo) de entidades y grandes grupos empresariales, financieros y de comunicación, que acumulan más dinero y poder real que los propios gobiernos nacionales. Frente al poder arrollador de los mercados, hemos podido comprobar la debilidad de las democracias, que han perdido grandes cuotas de independencia y soberanía en este mundo globalizado, una globalización por cierto que nos ha venido impuesta no se sabe bien desde qué instancias superiores y a la que nos hemos tenido que entregar a la fuerza, perdiendo en el camino derechos, capacidad adquisitiva, seguridad y confianza en el futuro. El principio básico por el que todo parece regirse es el egoísmo avaricioso, la búsqueda del máximo beneficio posible; los niveles de acumulación de capital financiero en unas pocas manos han llegado a ser abrumadores.

          2) Paralelamente, las masas de población (naturalmente, de quienes se lo pueden permitir) están de forma permanente empujadas al consumo  de todo tipo de bienes y servicios, por encima de lo que sería necesario y sensato para vivir con normalidad. Las promociones de toda índole, el marketing telefónico, la publicidad, que se cuela por todos los dispositivos imaginables, todos estos medios nos bombardean incesantemente para comprar hasta lo que no precisamos de ningún modo. Ya sé, se me dirá que «es necesario, porque así se mueve la rueda de la economía y circula el dinero». No lo voy a discutir, y menos en el espacio de este post, pero sí quiero dejar muy claro que lo que sí se consigue con este sistema es acelerar el ciclo PRODUCCIÓN-CONSUMO-DESECHOS. De esta manera, contribuímos «con mucha eficiencia» al rápido deterioro del medio.

          3) Otro factor que, a mi modo de ver, explica lo enfermo que está nuestro mundo es el paulatino embrutecimiento de la sociedad, de la gente en general. Me explicaré, antes de que el lector se enfade conmigo. Valores como el amor por la cultura, la edcuación en nuestro modo de expresarnos y relacionarnos con los demás, la filantropía, el sentido de servicio a los otros, la honradez, la nobleza de espíritu, la elegancia y la sobriedad, en suma, todo aquello que nos eleva y nos hace mejores está en crisis. Lo vemos en los programas de TV, a menudo y curiosamente en los de mayor audiencia, en el tipo de cine violento y duro que normalmente se exhibe (¡qué diferencia con el de otras épocas!), en la forma de comunicar ideas y sentimientos por los distintos canales de Internet (Twitter, Whatsapp, redes sociales en general, foros de opinión). Lo vulgar, lo soez, los chismes intrascendentes, las gracietas facilonas, los exabruptos, los insultos y las faltas de respeto son lo que predomina de forma abrumadora en nuestras comunicaciones. ¿Qué ocurre en las aulas y escuelas? Los esfuerzos de maestros y profesores, la inmensa mayoría de ellos bienintencionados, se estrellan contra la pésima educación y la preocupante violencia de muchos chicos y chicas. El resultado es que se pierde un tiempo valiosísimo en intentar mantener un mínimo de orden en las clases, lo que va en detrimento de la calidad educativa. La figura del profesor/a no está suficientemente protegida ni dotada de la necesaria autoridad. La más mínima reprimenda o llamada de atención a un alumno muchas veces es contestada por parte de los airados padres con una gran bronca o incluso una agresión física al educador (esto debería ser intolerable y, al menos aquí en España, se viene permitiendo desde hace ya décadas).

          4) Por último, qué duda cabe que la continua y grosera exhibición de comportamientos vergonzosos y delictivos por parte de responsables políticos, en connivencia con empresarios sin escrúpulos, desmoraliza a la sociedad civil. La corrupción político-económica, que en mi país (España) ha alcanzado niveles insoportables y aún no ha sido plenamente castigada con contundencia, supone un pésimo ejemplo para la gente, y para los más jóvenes en especial. Se lanza el mensaje de que las conductas irregulares y los actos fraudulentos constituyen una vía fácil y rápida hacia el enriquecimiento, en lugar del trabajo honrado y la conducta respetuosa para con los demás. Sí -pensarán muchos-, existe el riesgo de que le pillen a uno, pero es una manera de conseguir pasta en poco tiempo y disfrutar a tope de la buena vida. Además, hasta que se ponga en marcha la maquinaria judicial, ¡fijaos todo lo que podemos «afanar»!

 

A MODO DE CONCLUSIÓN

          Los hombres y mujeres que formamos la sociedad del siglo XXI no podemos seguir caminando a ciegas, como un pollo sin cabeza. Tenemos que ser muy conscientes para discernir con claridad en qué punto nos encontramos, en términos temporales, y adivinar qué peligros globales nos acechan a la vuelta de la esquina, en caso de no aplicarse medidas contundentes y lo suficientemente amplias. En vista de la miopía que afecta a casi toda nuestra clase política (por no hablar directamente de mala fe en muchos casos), hemos de usar la razón, separar el grano de la paja (entre tanta y tan confusa información), prestar atención a los científicos e intelectuales de prestigio, y no a los charlatanes y cantamañanas, y exigir en definitiva a nuestros representantes políticos que cambien rápidamente el rumbo de nuestra civilización para así conjurar el desastre.

P.D.: A continuación dejo uno de los numerosos enlaces para escuchar el tango que ha inspirado y dado nombre a este artículo:  https://www.youtube.com/watch?v=YYaG2ne-QZM

 

 

 

Enrique Santos Discépolo, poeta del tango y autor de «Cambalache». Allá donde se encuentre usted, ¡un afectuoso saludo, maestro!

 

 

¿QUÉ SIGNIFICA HOY SER DE IZQUIERDAS?

José Múgica, ex-presidente de Uruguay (periodo 2010-15), y Manuela Carmena, actual alcaldesa de Madrid.

          Hace dos o tres días, el diario El País insertaba en su página web un artículo en el que se formulaba en parecidos términos la pregunta que da título a este post, y procedía a trasladar esta cuestión a diversas personas más o menos destacadas de la izquierda española. Tengo para mí la sospecha -es una opinión personal- de que la intención del artículo no era demasiado benévola ni sincera, habida cuenta de la deriva que ha experimentado el citado medio de comunicación desde no hace mucho tiempo, con una línea editorial claramente escorada hacia el centro derecha y las posiciones neoliberales. Incluso la propia redacción del texto parecía pretender destacar una vacilación en los propios entrevistados ante una pregunta tan directa, con el objetivo de poner el foco en las posibles contradicciones e inconsistencias de quienes dicen considerarse claramente de izquierdas.

          Por lo que a mí respecta, no voy a entrar a analizar las diferentes respuestas que dieron a la periodista los personajes mencionados en el artículo. Allá cada uno con su interpretación y sus ideas y sentimientos. Pero me voy a colocar en el lugar de un posible entrevistado y voy a exponer la que hubiera sido mi respuesta, que por otra parte no me parece demasiado difícil. Allá va:

I – Lo primero de todo, un hombre o una mujer de izquierdas es, esencialmente, alguien con capacidad de crítica objetiva y de profundización en las cuestiones y problemas sociales y económicos.

II – Es también alguien con un desarrollado sentido de la justicia social, que siempre simpatizará con todo lo que signifique un reparto más equitativo de la riqueza, lo que conlleva inequívocamente definir un sistema tributario justo y progresivo.

III – Asimismo, se trata de una persona que cree en la igualdad de oportunidades y que luchará por unas condiciones mínimas de bienestar para los más desfavorecidos.

IV – Del mismo modo, es alguien intelectualmente inquieto, amante de la cultura y la educación, y que se preocupará en todo momento por buscar y/o apoyar (según su responsabilidad) las mejores soluciones a los diferentes problemas que afecten a la sociedad. Por descontado, nunca pensará en aprovecharse ruinmente de los demás (muy en especial cuando se trate de los recursos públicos), para lucrarse en beneficio propio.

V – Una persona de izquierdas cree y confía en el sector público, porque éste es el único que puede garantizar el bien común y satisfacer de verdad muchas de las necesidades de la población. Ello no significa en modo alguno denostar ni arrinconar al sector privado, de enorme importancia e imprescindible también en el desarrollo de la economía, el comercio y la industria. Pero el papel del Estado como árbitro y regulador del conjunto del sistema ha de estar siempre fuera de toda duda.

          En fin, con estas pinceladas, me parece que queda bastante bien definida una auténtica personalidad de izquierdas, y ello sirve tanto en nuestro entorno más inmediato, en España, como en Europa y el resto del mundo.

          Quisiera añadir un comentario final. Una mujer o un hombre de izquierdas pueden perfectamente ser también elegantes en su comportamiento, en sus formas e incluso en su aspecto externo. No tiene por qué haber conflicto alguno entre la educación y las buenas maneras, de un lado, y el hecho de hacer gala de una sincera ideología de izquierdas, de otro lado. Quiere esto decir que la torpeza, la grosería, los malos modos, el lenguaje chabacano o el aspecto desaliñado e indecoroso nunca deben confundirse con una personalidad de izquierdas. Podría pensarse que ésta es una cuestión accesoria, pero creo que mucha gente todavía alberga unas ideas bastante equivocadas al respecto, tanto desde el seno de la propia izquierda como desde otras perspectivas sociales e ideológicas.

RECORDANDO A ANTIGUOS ACTORES: PETER CUSHING

Peter Cushing

          Es para mí un honor hacer una reseña de Peter Cushing (1913-1994), un actor imprescindible en el cine clásico de misterio y terror. Buen amigo de ese otro gran intérprete llamado Christopher Lee, también británico, ambos colaboraron en un buen número de películas de la legendaria Hammer Productions, una productora que recogió los grandes mitos del cine de terror llevados a la pantalla grande en los años 30 por la estadounidense Universal y ofreció sus propias versiones sobre los mismos, esta vez en color y con un resultado de mayor calidad visual. Así, mientras Lee daba vida a los monstruos habituales del género, Cushing encarnaba al Doctor Frankenstein o al Doctor Van Helsing, poseedor de los conocimientos ocultos necesarios para acabar definitivamente con los insaciables vampiros.

          Asimismo, Peter Cushing se puso en la piel del más famoso detective de todos los tiempos, Sherlock Holmes, en la película «El perro de los Baskerville» (1959), también producida por la compañía Hammer. Y unos años después repetiría el papel del genial detective, esta vez en la segunda temporada de la serie que realizó con este nombre (Sherlock Holmes) la BBC para la televisión a finales de los años 60, y que pudimos ver en España. Muchos críticos y aficionados coinciden en señalar la interpretación de Peter Cushing como la más acertada de cuantas se hayan llevado a cabo del arquetípico personaje creado por Sir Arthur Conan Doyle, con permiso de ese otro gran actor clásico llamado Basil Rathbone (admito que habrá opiniones encontradas sobre el particular). Su saber hacer, su sobria elegancia, su figura a la vez enjuta y enérgica, y su inteligente mirada, todo contribuyó a que recrease a la perfección el personaje de Holmes. Para muchos, y yo me incluyo en el grupo, es y será el Sherlock Holmes por antonomasia.

          Como anécdota curiosa, mencionaré que se pudo ver a Peter Cushing (¡también acompañado por Christopher Lee!) en «Pánico en el Transiberiano» (1972), una coproducción hispano-británica más bien mediocre y un tanto irregular, en la que también aparecía Telly Savalas; el director, Eugenio Martín, y muchos intérpretes secundarios eran españoles ¡Menudo conglomerado! En fin, no dejó de ser una experiencia cinematográfica bastante atípica. Afortunadamente, el gran cineasta George Lucas le homenajeó, esta vez con mucha mayor dignidad, ofreciéndole el papel de Moff Tarkin, el inflexible y despiadado Gobernador de la Estrella de la Muerte en la primera entrega de la saga Star Wars (La Guerra de las Galaxias), que luego quedaría como el Episodio IV de la exitosa y millonaria serie.

          Hasta aquí mi modesto y sentido homenaje a este gran actor, toda una referencia para mí.

Peter Cushing - 2

 

HOMENAJE A LAS AGUAS FLUVIALES (Y UN GRITO DESESPERADO POR SU SALUD)

 

Un plácido y bello paraje del río Júcar, en la provincia de Cuenca (España)

 

          Hoy, día 22 de abril, se celebra el Día Internacional de la Tierra. Con tal motivo me parece adecuado escribir siquiera unas pocas palabras en favor de todas esas corrientes fluviales que recorren la geografía de las tierras emergidas del planeta, y es que los ríos y los lagos poseen una importancia capital para la vida. Por muy obvia que nos pueda resultar tal afirmación, nunca está de más recordárnosla.

          Las aguas continentales son un regalo de la Naturaleza. Constituyen una fuente imprescindible de vida. Las corrientes de agua modelan y transforman el paisaje, lo reverdecen y embellecen. En su propio seno, así como en sus riberas y proximidades, la vida vegetal y animal prolifera, proporcionando un imprescindible sustento al ser humano que habita junto a ellas. El hombre antiguo supo reconocer sabiamente esta virtud extraordinaria de los ríos, y aprendió a respetarlos desde el principio de los tiempos. Incluso en muchas civilizaciones se los deificó, como signo máximo de reconocimiento.

          Por desgracia el hombre moderno, a partir de la Revolución Industrial, y de modo especialmente devastador a partir de la segunda mitad del siglo XX, ha maltratado a sus ríos y lagos (¡y también a los mares!, que merecerían un comentario aparte), convirtiéndolos en vertederos y alcantarillas a las que arrojar todo tipo de desperdicios y desechos. ¡Bonita manera de corresponder por parte del ser humano a los inmensos beneficios recibidos! La polución y degradación de las aguas es una de las grandes catástrofes de nuestro tiempo. Si no reaccionamos con rapidez y de modo contundente, a nivel de todo el planeta, terminaremos viviendo en un inmenso basurero y nuestros ríos acabarán convirtiéndose de manera irreversible en lastimosas y apestosas cloacas. Un final lamentabilísimo, que además nos perjudicará directamente a nosotros, como especie, por cierto una especie superdepredadora y aniquiladora de recursos naturales, merced a nuestro acelerado ciclo de producción y consumo.

          Es imprescindible cambiar radicalmente nuestra mentalidad, nuestro modo de vida, y nuestros métodos a la hora de hacer uso de los recursos naturales y deshacernos de los residuos. Hemos de volver a tratar con el mayor de los cuidados a nuestros ríos y corrientes de agua, desde los cursos fluviales más importantes y caudalosos del planeta, hasta los más modestos y pequeños riachuelos, como los que serpentean por nuestras propias y sedientas tierras castellanas, andaluzas, levantinas o catalanas.

          Volvamos nuestra mirada hacia ese milagro de la Naturaleza y hagamos todo lo posible por asegurar su limpieza y dignidad. Si las administraciones públicas miran hacia otro lado y no muestran la necesaria preocupación por el problema, es nuestro deber de ciudadanos exigir que se involucren de lleno y con todos los medios posibles.

INTOXICACIÓN INFORMATIVA Y ESTUPIDEZ HUMANA

 

 

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          A nadie se le escapa que, a lo largo de los últimos 12 o 14 años, los hábitos de vida y consumo de una gran parte de la población mundial han cambiado radicalmente. Sobre la base ya existente de Internet, la utilización masiva de los dispositivos móviles, en especial de los smart-phones y las tablets, ha acelerado este proceso, en paralelo con el desarrollo fulgurante de las redes sociales, los buscadores y las diferentes plataformas proveedoras de servicios digitales. Un elevadísimo porcentaje de habitantes de nuestra sociedad, y ya no sólo del mundo económicamente más desarrollado, estamos hiperconectados. Y esto sucede a muchos niveles: social, informativo, profesional, publicitario y comercial, lúdico, etcétera. Compartimos toda clase de mensajes, imágenes, fotografías, videos, archivos, noticias y opiniones. La circulación global de información por los medios digitales alcanza un volumen inmenso en todo momento. Basta un sólo dato para hacernos idea de su magnitud: se estima que cada minuto que pasa se suben a la plataforma YouTube ¡más de 300 horas de video!, y probablemente esta cifra ya esté desfasada. No nos separamos de nuestro móvil ni un instante al día, algunos (entre los que me incluyo) por obligación, y muchos otros (sobre todo los más jóvenes) por pura adicción. Siempre estamos pendientes del último mensaje de Whatsapp o de la noticia más reciente; nos acostamos escrutando la pantallita táctil, y lo primero que hacemos al despertar es consultarla de nuevo.

          Un observador externo e imparcial podría pensar, a la vista de este fenómeno que ha irrumpido tan repentinamente en nuestras vidas, que los humanos ahora somos mucho más sabios y más inteligentes, al manejar constantemente tanta información. Pues lamentablemente no creo que sea así, al menos desde una óptica general. Tras un primera y rápida reflexión, es fácil deducir que un exceso de información no le hace a uno mejor conocedor de lo que realmente importa e interesa, máxime cuando todo ese caudal informativo está plagado de nimiedades, fruslerías, meras distracciones visuales, datos cazados a la ligera y sin contrastarse debidamente, opiniones poco fundamentadas e incluso noticias contradictorias. Y hay que señalar que todos estos graves defectos que restan en gran medida valor a la información no son exclusivos de los canales digitales ya mencionados, sino que también se vierten abundantemente sobre la sociedad a través de los medios tradicionales (que aún cuentan con audiencias masivas), como la televisión, la radio y la prensa.

          La búsqueda sincera de la verdad, la intención honrada por describir la realidad de la manera más objetiva posible, las opiniones rigurosas y fundamentadas sobre datos y hechos objetivos, son conceptos que hoy día están seriamente amenazados, si no en franco retroceso. La manipulación de las mentes se halla en estos momentos, por desgracia, peligrosamente activa. De un lado, medios como la televisión y muchos canales digitales nos bombardean con estúpidos reality-shows, en los que las discusiones y las peleas de famosillos y caraduras profesionales están a la orden del día, siempre a causa de trivialidades y bobadas intrascendentes; no faltan tampoco pseudo-debates políticos presididos por el ruido, la falta de respeto y el robo continuado de la palabra entre los distintos tertulianos; los noticiarios no conceden a las noticias los tiempos ni la importancia que cada una merece,  sino que evidencian una gran arbitrariedad en su tratamiento, y muy a menudo nos ofrecen sucesos y curiosidades con los que parecen querer distraer nuestra atención y alejarla de lo más importante.  De otro lado, actúa la superpoderosa publicidad, que acapara todos los medios posibles, incluidos por supuesto los digitales, a través de los que extrae todo tipo de información sobre nosotros, los consumidores, y no cesa de intentar vendernos cuanto más mejor y al mayor ritmo posible. Por último, ¿qué decir de los políticos? Estos merecen un comentario aparte.

          Gran parte de la clase política, salvo honrosas excepciones, ha optado por abandonar la prudencia y la sensatez y se ha lanzado descaradamente a la utilización de la táctica del engaño puro y duro. Se tergiversan los datos, se silencian las verdades, se echa mano de todo tipo de eufemismos, se practica la auto-alabanza sin mesura al tiempo que se desacredita siempre y por sistema al rival, se incumple lo prometido, se utiliza el miedo, se miente, se miente, se miente… Aquella frase tan tristemente célebre atribuida al ministro de propaganda del III Reich, Joseph Goebbles, acerca de que una mentira repetida mil veces acaba siendo verdad, está ahora más de actualidad que nunca, porque refleja perfectamente lo que está ocurriendo. El lenguaje y las formas puramente «mitineras» se adoptan ya en el día a día de una buena parte de los políticos. Todo vale con tal de defender e imponer las tesis de cada partido, así como de presentarse ante los electores como los mejores, si no los únicos válidos, para llevar las riendas del gobierno. «Fíjense ustedes qué unidos estamos nosotros, frente a esa especie de jaula de grillos de Vistalegre, en la que no se ponen de acuerdo en nada», repetían hace pocos días destacados dirigentes del Partido Popular, en alusión al congreso que celebraban al mismo tiempo los miembros de la formación Podemos. Fariseísmo político descarnado, ¿no cree el lector?

          Recientemente se ha acuñado el término posverdad. Este vocablo, en principio, hace referencia a que, a la hora de crear y modelar la opinión pública, los hechos objetivos se trasladan a un segundo término, en favor de las apelaciones a las emociones y creencias personales. Bueno, esta sería una definición demasiado ecléctica y suave para describir lo que está sucediendo, porque realmente la posverdad no es más que una manera de ocultar la verdad tras otra interpretación subjetiva y manipulada de la realidad, mucho más del gusto personal del político de turno y de su audiencia más incondicional. No sé si es el mejor ejemplo, pero el eslogan central que presidió la reciente campaña presidencial de Donald Trump, «We will make America great again» («Haremos que los U.S.A. vuelvan a ser grandes», en traducción más o menos libre) encierra una gran falsedad, la de pensar que los U.S.A. habían dejado de ser ya grandes, fuertes y prósperos, cayendo de su aún indiscutible liderazgo mundial. Evidentemente, esto no es así, pero se ha hecho creer lo contrario a muchos ciudadanos americanos, probablemente los más incultos y peor formados.

          En medio de todo este caos informativo y de la gran confusión reinante en todo lo concerniente a la política, la dirección de la economía y la evolución de las sociedades, tanto a nivel nacional como europeo y global, se pasan por alto los grandes retos que la Humanidad tiene planteados ahora y en su futuro más inmediato. Quizás el más importante y grave, a juicio de quien esto escribe, sea el problema medioambiental, en sus 3 vertientes de deterioro del entorno natural, agotamiento de los recursos de la biosfera y del subsuelo, y calentamiento global. Muy relacionados con ello, e interconectados entre sí, están sin duda los problemas de crecimiento incontrolado de la población y pobreza severa en determinadas áreas del tercer mundo, los movimientos migratorios (que todo apunta se van a agravar seriamente en los próximos lustros), los conflictos bélicos en los que se entremezclan motivos económicos y religiosos, el arrinconamiento del trabajo humano desplazado paulatinamente por la digitalización y la robotización, la creciente brecha en renta y riqueza entre países e individuos (que está alcanzando niveles de absoluta obscenidad), y el auge de los movimientos populistas de extrema derecha, que tratan de imponer soluciones radicalmente equivocadas, en contra del sentido común, la inteligencia y el mejor humanismo.

          De algún modo, consciente o inconscientemente, se está haciendo creer a la gran mayoría de la población que la única verdad es el poder absoluto del dinero, el predominio de los mercados financieros, la fuerza incontestable del capital (cada vez más y más concentrado en un número muy escaso de manos). Ante este nuevo Dios, las democracias, la libertad individual, la supuesta autonomía de los Estados de Derecho, han pasado a un nivel subsidiario. Y lo más grave es que parecemos aceptar este lamentabilísimo hecho con resignación, despreciando nosotros mismos cualquier loable intento por revertir y cambiar el proceso. Los más nobles ideales se dejan ya sólo para los ilusos y los locos. ¡Qué bajo estamos cayendo!

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P.D.: Quiero agradecer a El Roto la genialidad mostrada en su ingente colección de chistes gráficos. Me siento muy identificado con la mayoría de ellos. Espero que sabrá disculparme la utilización de algunos de ellos para ilustrar este post, así como otros anteriores.

UN VIEJO SUEÑO HECHO REALIDAD: PUBLICACIÓN DE MI LIBRO

Portada de mi libro "MIS RECUERDOS FERROVIARIOS", que acaba de ver la luz como libro electrónico.

Portada de mi obra «MIS RECUERDOS FERROVIARIOS», que acaba de ver la luz como libro electrónico.

          Como bien dice el refrán, nunca es tarde si la dicha es buena. Tras dormir el sueño de los justos durante unos cuantos años, finalmente me he decidido a dar el paso y publicar (en formato electrónico, como e-book) un manuscrito que tenía más o menos preparado desde hacía tiempo.

          Se trata de un conjunto de vivencias que giran en torno al ferrocarril que yo conocí durante mis años de infancia y adolescencia, y un relato de cómo fue creciendo y desarrollándose en mi interior una mezcla de admiración, pasión y amor hacia este medio de transporte, en casi todas sus facetas. No se trata de un libro técnico, sino de un relato emocionado y nostálgico de mis primeras experiencias, aunque también abundan las descripciones detalladas de ciertos trenes, líneas y estaciones, con anotaciones y referencias históricas y, lo que puede resultar especialmente atractivo para el lector, una destacable colección de fotografías hechas en su mayoría por mí mismo.

          Este pequeño libro no sólo va dirigido al puro aficionado al ferrocarril, más concretamente al ferrocarril español de la década de los sesenta, sino a cualquier otra persona interesada en los trenes y en el momento histórico referido, una época de cambio y transformación a todos los niveles, en la que se percibía ya como lejana la tragedia nacional de la Guerra Civil española y la sociedad de nuestro país, pese a seguir gobernada por la dictadura del general Franco, iba modernizándose y adaptándose a los nuevos tiempos (al menos en el plano económico), sobre todo a partir de principios de la década mencionada.

          El índice del libro es el siguiente:

  • Una breve introducción del autor
  • La vía ancha española en general – 1
  • La vía ancha española en general – 2
  • El Ferrocarril del Tajuña
  • El Ferrocarril de Madrid a Almorox
  • Ficciones en torno a la vía estrecha madrileña
  • Panorama ferroviario español a principios de la década de los 70
  • Epílogo

          Como cualquier autor, sólo espero que los posibles y futuros lectores disfruten del libro, de sus textos y de sus imágenes, presididos todos ellos por un cariño innegable hacia el mundo de los trenes.

P.D.: El e-book está disponible en la plataforma Kindle Direct Publishing