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¿HAY ALGUIEN QUE SEPA A DÓNDE VAMOS? ALGUNAS REFLEXIONES A DISTINTO NIVEL

 

 

POLITIQUEO NACIONAL

      En España, y en lo que va de año, acabamos de sufrir varios procesos electorales y un largo, tedioso y estéril intento de formar Gobierno. El Partido Socialista, liderado por Pedro Sánchez, y ganador claro de las elecciones generales del pasado 28 de abril, aunque sin una mayoría suficiente, ha encallado en su pretensión de investir como nuevo presidente a su candidato, y por el momento nos vemos obligados a continuar  con un gobierno en funciones que, por su propia naturaleza, no puede gobernar de verdad, ni decidir sobre los grandes problemas existentes ni proponer iniciativas legislativas de ninguna clase. ¿Quién o quiénes tienen la culpa? Está claro que hay opiniones de todos los colores y para todos los gustos. Desde la derecha (ahora tricéfala) se lanzan sin cesar duras críticas a Pedro Sánchez, al que tachan de incapaz y acusan de «echarse en manos» de los independentistas, los antisistema, los que apoyan a ETA, etc., etc., sin cortarse un pelo en cuanto a la gravedad y lo inapropiado de sus invectivas.

      Cuando escucho tales acusaciones, sólo puedo pensar en la flagrante contradicción en la que incurren quienes las pronuncian. Porque, ¿qué otra alternativa posible podría barajar el PSOE? Obviamente, lo más sensato sería que los partidos «constitucionalistas», como PP y C’s, se abstuvieran en la votación de investidura, para facilitar así que el candidato socialista obtuviese una mayoría simple, suficiente como para formar gobierno y echar a andar, que no es poco (parafraseando a Mariano Rajoy, «no es cosa menor»). Pero no, ¡de ninguna manera, al enemigo Sánchez, ni agua! Los partidos de la derecha se han encastillado en el NO rotundo, de manera que no dejan otra opción a los socialistas más que la de buscar apoyos en fuerzas situadas a su izquierda (como ya lo ha intentado, sin éxito) o entre las fuerzas nacionalistas e independentistas. Semejante forma de actuar por parte de los conservadores es la del famoso perro del hortelano, que ni comía ni dejaba comer: no te voto en modo alguno, y ni siquiera me abstengo, pero te fustigo sin piedad al menor indicio de que intentes buscar otros apoyos. ¿Es o no es una actitud absurda? Por su parte, Unidas Podemos, con Pablo Iglesias al frente (una fuerza en declive y con profundas divisiones internas), no ha posibilitado tampoco el tan necesario apoyo a Pedro Sánchez, ya que exigían una cuota de poder, en fondo, forma, número y contenido, que resultaba inasumible por los socialistas, quienes se verían forzados a aceptar dos gobiernos en uno sólo, algo que evidentemente no iba a funcionar.

      Así las cosas, los españoles hemos comprobado las profundas divisiones, los incontables vetos y la notoria incapacidad de llegar a acuerdos entre los distintos partidos politicos, al menos entre las cuatro o cinco principales fuerzas a nivel nacional. Los abismos entre unos y otros son demasiado hondos, las antipatías y cordones sanitarios resultan tan patentes que se imposibilita cualquier entendimiento, por otra parte tan deseable y provechoso para el conjunto de la nación. En estos últimos tiempos, hemos transitado de un sistema bipartidista, muy denostado por los nuevos actores políticos, por cierto, a un sistema de bloques, aún más incapaces si cabe de tenderse puentes entre sí. La sensación que se queda en el ciudadano español no puede ser otra que la de un gran desencanto y frustración, tras tantos meses de campañas electorales, discursos, mitines, promesas, debates … y esperanzas incumplidas. Estamos de nuevo en la casilla de salida (como en el mes de abril), ya que el fantasma de unas nuevas elecciones se hace más real cada día.

      Mientras la política nacional está atascada, los problemas no se paran. La sanidad y la educación públicas, duramente castigadas por los ejecutivos de M. Rajoy (2011-2018), precisan con urgencia atención y más recursos. El mundo laboral aún sufre las consecuencias de la drástica reforma llevada a cabo por la entonces ministra popular Fátima Báñez (2012), y requiere un nuevo marco jurídico que luche eficazmente contra la precariedad, los sueldos de miseria y la inestabilidad en el empleo. A nivel europeo, hay que prestar la mayor atención a la política de la UE, precisamente ahora que se están renovando sus órganos de gobierno, sin olvidar en ningún momento las consecuencias que pueda tener un Brexit duro, ahora muy probable con Boris Johnson como nuevo inquilino del nº 10 de Downing Street. En otro orden de cosas, como viene siendo una lamentable costumbre verano tras verano, los incendios forestales surgen de nuevo con virulencia en muchos puntos de nuestra geografía, ya de por sí muy afectada por la sequía; nunca me cansaré de repetir que este gravísimo problema medioambiental exige una respuesta a nivel nacional contundente y eficaz, con actuaciones en muchos frentes: jurídico y penal, de educación ciudadana, preventivo (a lo largo de todo el año), y de disponibilidad de medios.

 

POPULISMOS, FALSEDADES Y MIOPÍA, A ESCALA GLOBAL

      La verdad es que, en el ámbito mundial, tampoco podemos felicitarnos en modo alguno sobre cómo marchan las cosas. Desde que Donald Trump se convirtiera en presidente de los Estados Unidos de América, hace ya 2 años y medio (¡parece una eternidad!), el mundo es bastante más inseguro e inestable. La primera potencia económica y militar ha elegido un rumbo atípico y errático, salpicado de errores, declaraciones agresivas, dimisiones y ceses fulminantes en la cúpula del gobierno de Washington. Uno de los efectos más inquietantes de la nueva política norteamericana ha sido la de poner aún más en peligro la salud ecológica y medioambiental del planeta. Cuando ya nadie duda de la realidad del cambio climático y del enorme daño que nuestro sistema económico-productivo y generador de residuos causa al medio natural, el inquilino de la Casa Blanca sigue enrocado en un absurdo negacionismo, del que incluso se atreve a bromear. No voy a decir nada nuevo al afirmar que el señor Trump es un hombre inculto, soberbio, imprudente y autoritario, capaz de generar conflictos y tensiones innecesarios, haciendo caso omiso a las más elementales normas de prudencia (cuando alguien de su equipo más próximo le molesta, lo despide sin contemplaciones, sin pararse a valorar sus propuestas y consejos). Se ha hecho tristemente famosa su cuenta de Twitter, en la que vierte todas sus ideas y opiniones, tan superficiales e inmaduras como peligrosas.

      ¿Qué dirían, si levantasen la cabeza, antiguos y prestigiosos presidentes de los EE.UU. como Franklin D. Roosevelt, Dwight D. Eisenhower o John F. Kennedy? ¿Qué ha sucedido en los U.S.A., una nación tan asombrosa y admirable en muchos aspectos a lo largo de todo el siglo XX, para que se haya confiado la máximo responsabilidad a un personaje tan zafio, maleducado y escasamente preparado a nivel intelectual? Por si fueran pocos sus defectos, el señor Trump se vale de la mentira y el embuste de modo continuado y con el mayor de los descaros, con el fin de defender sus posiciones y desacreditar a sus oponentes. No hace falta decir que esta conducta es extremadamente peligrosa en un presidente, para la nación entera, por cuanto supone de degradación de la vida política y de los mensajes que se trasladan a la ciudadanía. Resulta muy preocupante su odio a la prensa y medios de comunicación que no le son afines, a los que no vacila en acusar de crear «fake news», en el colmo de la desvergüenza. La prensa libre y bien informada, no lo olvidemos, es uno de los pilares fundamentales de una sociedad libre, plural y democrática, algo que garantiza el rigor y la objetividad de las informaciones, y evita la burda manipulación de la ciudadanía por parte de un poder abusivo.

      El uso y abuso de la mentira no es privativo de Donald Trump. Tenemos ejemplos más cercanos, como ocurre en el Reino Unido. La sociedad británica fue muy mal informada sobre aquel aciago referéndum del Brexit, en especial por parte de políticos de relevancia como Nigel Farage y el propio Boris Johnson (ahora Primer Ministro), los cuales mintieron sin ningún escrúpulo acerca de las hipotéticas ventajas que tendría para su país la salida de la Unión Europea. Y lo siguen haciendo, apelando mucho más a emociones y sentimientos patrioteros que a razones objetivas y bien fundamentadas. Desgraciadamente, los movimientos de extrema derecha, una manera de pensar que creíamos arrinconada y marginal, ha emergido con fuerza y ya gobierna en ciertos países europeos e iberoamericanos. Uno de los casos más lamentables es el de Brasil, con Jair Bolsonaro en la presidencia. Una de las políticas más dañinas del nuevo presidente brasileño es la referente a la Amazonia y a la explotación salvaje de sus recursos naturales, a la que ha retirado todos los vetos que existían con anterioridad. Al más puro estilo Trump, que por cierto le tiene una gran simpatía, hace pocos días nos enterábamos de que va a nombrar a uno de sus hijos (gran experto en el manejo de armas) como embajador en Washington. Nepotismo puro, otra llamativa «virtud» de estos nuevos gobernantes.

      ¿Y en España? Pues, sin llegar a tales extremos, también aquí se echa mano del embuste, el engaño y la manipulación grosera de la verdad ante la opinión pública, por parte de muchos políticos relevantes y de algunos medios de comunicación afines a sus tesis. Las consignas de partido y las «verdades» oficiales constituyen el pan nuestro de cada día, en detrimento de la realidad objetiva. Cada fuerza política tiene su propio argumentario y su particular visión de las cosas, de un modo tan rígido y encorsetado que los debates, lejos de ser enriquecedores de cara al ciudadano, resultan siempre estériles, además de crispar en gran medida el diálogo político. Cuando, desde los medios de comunicación, se pide a los políticos de diferente signo su opinión acerca de tal o cual problema, las versiones que se dan son tan opuestas que confunden a la ciudadanía, especialmente a todos aquellos que no tienen un criterio formado y claro acerca del asunto tratado.

      No quiero dejar de lado otro gran defecto que caracteriza a la mayor parte de nuestra clase política (sigo refiriéndome al caso español): la clamorosa ausencia de visión a medio y largo plazo. Se supone que un político auténtico, comprometido y con vocación de estadista, ha de ser capaz de mirar más allá del corto periodo de una legislatura, un lapso de tiempo (4 años) demasiado breve como para abordar seriamente los grandes retos a los que se enfrenta nuestra sociedad, tanto en el plano estrictamente nacional como en el plano global. Me gustaría oírles debatir, en serio y sin guiones precocinados, acerca del modelo energético, la conservación del medio ambiente, la lucha contra el cambio climático, las crisis migratorias (actuales y futuras), el papel del trabajo humano en un mundo cada vez más automatizado, la renta mínima, o nuestro papel en Europa. ¡Qué lejos están muchos políticos mediocres de estas grandes cuestiones! A algunos, por ejemplo, les preocupa sobremanera que no se les permita desarrollar con normalidad un mitin en Alsasua (¡vaya, qué tragedia!). Otros, particularmente afines a regímenes autoritarios y represores como el que padecimos en España desde 1939 hasta 1977, no vacilan en calificar al movimiento feminista como una «dictadura ideológica» (¡qué curioso que utilicen ellos, precisamente, el término dictadura como arma arrojadiza!). Si la formación EH Bildu (que guste o no, hoy día es un grupo político totalmente legal) menciona la posibilidad de abstenerse en una votación de investidura para desbloquear la formación de un gobierno, autonómico o nacional, la derecha salta como un sólo hombre acusando agriamente a los socialistas de «ir de la mano de los terroristas», con lo que faltan así a la verdad de un modo clamoroso y esperpéntico. Del mismo modo, a muchos de los que tanto gustan de envolverse en la bandera rojigualda les produce irritación la creciente y espontánea corriente antitaurina, acusándola de ir en contra de las «esencias y señas de identidad de nuestra cultura», pero permanecen en silencio ante un fenómeno tan destructivo como las olas de incendios, que devastan nuestro patrimonio natural y están provocados en su mayoría por auténticos criminales sin escrúpulos, que suelen quedar impunes. El verdadero patriotismo se demuestra con responsabilidad y con hechos, no con formas ni símbolos.

      Como se ve, la miopía política suele ir acompañada de la rigidez mental, la manipulación de la verdad, y la ausencia de una cultura abierta, amplia y sólida.

 

UNA REFLEXIÓN FINAL

      Hace pocos días escuchaba yo una noticia muy inquietante. De acuerdo con cierto observatorio científico, en este preciso momento (verano de 2019) nuestro planeta se halla a tan sólo 18 meses de alcanzar un punto crítico de no retorno, a partir del cual podría ser ya imposible revertir los fenómenos del cambio climático y el calentamiento de los océanos. Sin dar a esta noticia todo el crédito que posiblemente pueda llegar a tener, puesto que ni soy científico ni poseo los medios suficientes para contrastarla, sí que estoy absolutamente convencido de que la acción depredadora del ser humano está llevando rápidamente a la Biosfera a un estado muy peligroso y nada halagüeño, sin que las medidas que se van adoptando puntualmente sean lo suficientemente amplias, contundentes y eficaces como para detener y resolver el problema.

      La economía basada en el consumo a gran escala (la cultura del usar y tirar) y en la maximización del beneficio financiero actúa frontalmente en contra de la Naturaleza y, a la postre, de nuestros propios bienestar y supervivencia. Son ya muchos los hombres, mujeres y organizaciones civiles que alzan su voz acerca de esta cuestión, aquí y ahora el Gran Problema por excelencia. Ahí tenemos el ejemplo de la admirable Greta Thunberg, jovencísima activista sueca , que, venciendo todos los obstáculos posibles, clama en todos los foros por cambiar nuestra forma de vida y evitar los daños irreversibles que seguimos causando a nuestro medio ambiente.

      ¿Qué puedo decir más? Lo expondré de forma muy esquemática y resumida:

          * Formación y cultura

          * Espíritu crítico

          * Amor a la verdad

          * Libertad de pensamiento

          * Sensatez y responsabilidad

          * Capacidad de denuncia

          * Exigencia de soluciones a nuestros gobernantes

EN TORNO A LA INMIGRACIÓN

 

          Vaya por delante que me considero una persona abierta, defensora a ultranza de lo público, crítica con el sistema económico actual, orientada a lo social y, en definitiva, de izquierdas. Creo haberlo demostrado suficientemente a través de múltiples artículos publicados en este blog personal, así como por medio de mi actividad en Twitter y otros foros. Sin embargo, hay una cuestión de gran importancia (vital, diría yo) para nuestra sociedad, en la cual discrepo abiertamente de lo que parece ser el pensamiento común de los partidos más progresistas, así como de las opiniones que vierten a diario los medios de comunicación más afines a la izquierda ideológica.

          Me refiero al problema de la inmigración, e intentaré expresarme de la manera más clara y honesta posible.

     Se tiende a considerar siempre al inmigrante como una persona a proteger a toda costa (lo que dice mucho en favor del que así lo piensa, dicho sea de paso). Cuando llega por mar en condiciones de lo más precario, se procura su rescate por todos los medios posibles, se le facilita abrigo y alimento, se le atiende en el aspecto sanitario, y se presiona desde la opinión pública para que las autoridades y fuerzas del orden le permitan entrar en nuestro país, con o sin papeles en regla. Esto, desde un punto de vista objetivo y humanitario, puede resultar encomiable, muy especialmente en el caso de los refugiados de guerra (tenemos el ejemplo paradigmático de Siria, un país destruido y devastado por 7 largos años de guerra). Ahora bien, el problema reside en cómo gestionar el gran número de inmigrantes que desde hace ya bastantes años están penetrando de manera irregular en nuestras fronteras, particularmente los que arriban a nuestras costas de Andalucía y Canarias, que por otra parte no suele ser el caso de los ciudadanos sirios que escapan del horror de su país (éstos últimos suelen huir de su territorio a través de Turquía y Grecia, al otro lado del Mediterráneo). Sinceramente preocupado por este fenómeno, me he propuesto escribir y compartir algunas reflexiones, aún a riesgo de que lo que vaya a exponer se pueda considerar por muchos como “políticamente incorrecto”. Pero es cosa sabida que quien tiene el valor de opinar, se arriesga al posible juicio negativo del que le escucha o lee.

          Los ciudadanos norteafricanos y, también en gran medida, los procedentes del Sahel y del Africa central (Mali, Mauritania, Senegal, Burkina, Níger, las dos Guineas, Ghana, Nigeria, República Centroafricana, Camerún, Gabón y otros países que integran la inmensa región del golfo de Guinea) llevan ya muchos años intentando entrar en España y Europa en gran número, y este es un fenómeno que tiende a ir en aumento. Las razones son muy variadas, pero de lo que no cabe duda es de que éstas actúan conjuntamente, a saber: pobreza, falta de oportunidades, miseria, violencia, corrupción extrema, estados fallidos, y también una importante explosión demográfica, como la que afecta a la superpoblada Nigeria, así como a otras naciones de su entorno. Estaremos todos de acuerdo en que son razones muy poderosas para que uno se plantee muy seriamente emigrar en busca de una vida mejor. Es algo que no se pone en duda.

          El problema de esta cuestión es que estas oleadas continuadas de inmigrantes, que como ya he señalado no tienen visos de detenerse ni de menguar, exceden nuestras capacidades de acogida e integración, y aún excederán más en el futuro. En 2017 se calcula que entraron ilegalmente por nuestras costas y a través de Ceuta y Melilla más de 27.000 inmigrantes, más del doble de los que lo hicieron en 2016 (unos 13.900); en 2015 penetraron casi 17.000; y en los últimos 11 años la cifra asciende a más de 140.000 personas, de acuerdo con las estadísticas facilitadas por el Ministerio del Interior. A primera vista podrían parecer cifras discretas, pero las condiciones que se dan en el África subsahariana hacen prever que irán en aumento en los próximos años y décadas.

          En primer lugar, lo más obvio e importante es que no hay trabajo que ofrecerles. En España tenemos 3,8 millones de parados según las estadísticas oficiales (EPA 4º trimestre 2017), y se sabe que muchos desocupados reales ya no figuran en las cifras del paro, por ser de muy larga duración y no percibir ningún tipo de ayuda al desempleo, o bien por haber perdido por completo la esperanza de encontrar trabajo, en razón de su edad. Además, a nadie se le oculta que el trabajo humano se encuentra en recesión (no sólo en España, sino en todo el mundo desarrollado), por efecto de la automatización creciente de gran número de tareas y empleos. La robotización, que ya hace bastantes años hizo su aparición en las cadenas de montaje de las grandes factorías automovilísticas, ahora va un paso más allá en su grado de sofisticación y está comenzando a implementarse en un gran número de actividades empresariales y administrativas de todo tipo. Pensémoslo fríamente, ¿cómo se van a ganar la vida todos los inmigrantes que nos llegan?, ¿de manteros?, ¿pidiendo limosna a las puertas de los supermercados? A la postre, la única salida posible que a muchos se les presenta es la de dedicarse indefinidamente a la mendicidad, cuando no a algo peor.

          Por otra parte, no nos olvidemos de que son muchos, la inmensa mayoría de ellos, los que entran sin documentación y de manera irregular. No hay un control adecuado. De muchos no se conoce el país de origen, ni su actividad anterior, ni siquiera su nombre auténtico. Existe la sospecha (esto se comenta en diversos foros) de que un cierto número de ellos procedan de las numerosas guerrillas que surgen en países que están en permanente conflicto tribal, cuando no en abierta, sangrienta y cruel guerra civil. ¿Se trata siempre de personas seguras, en quienes podamos confiar? No se sabe, y obviamente nadie puede aseverar a priori que estemos siempre ante personas estupendas, honradas, pacíficas y trabajadoras, aunque muchas de ellas sí lo sean realmente.

          También está el factor de la asistencia sanitaria. Nuestra Sanidad pública, a partir del año 2012, cuando subió al Gobierno el PP de Mariano Rajoy, comenzó a sufrir recortes muy serios en sus asignaciones presupuestarias, lo que para nuestra desgracia se ha traducido en menos medios humanos y materiales, en una peor calidad en el servicio y en un aumento en las listas de espera. Un exceso de pacientes procedentes del extranjero incrementa seriamente el peligro de colapso en nuestra red hospitalaria y asistencial; lo que es seguro es que supone una merma considerable en la hasta ahora buena calidad que venía ofreciendo nuestro sistema público de Salud. Los “mal pensados”, y en cierto modo me incluyo entre ellos, podrían incluso atribuir al Gobierno neoliberal del PP la siniestra intención de acelerar con todo ello el deterioro de nuestra Sanidad pública (cosa que no sería nada descartable, conociendo sus preferencias por la sanidad privada, que no se molestan en ocultar). En cualquier caso, a nadie se le oculta que las dificultades de nuestra red asistencial afectan, muy directamente, a una gran parte de ciudadanos/as españoles/as, justamente aquellos con menor poder adquisitivo y que dependen al 100% de la sanidad pública para el tratamiento de sus problemas de salud.

          Voy a ir terminando. Estimado lector, la condescendencia (que algunos llaman un tanto despectivamente «buenismo») que caracteriza la manera de valorar el fenómeno de la inmigración por parte de muchas personas (bienintencionadas, no lo niego), así como por parte también de medios informativos, grupos de opinión, y fuerzas políticas de la izquierda, no debe impedirnos ver la realidad tal como es. Y la realidad, tanto actual como futura, no es agradable ni complaciente; ante los desafíos que se nos presentan (laborales, sanitarios y de seguridad), se revelan inútiles las meras buenas intenciones de quienes apoyan sin más la acogida continuada de inmigrantes. En este artículo me he referido fundamentalmente a los inmigrantes africanos, que constituyen a día de hoy el flujo de inmigración irregular más importante en España, pero no podemos olvidar que en épocas bien recientes ha penetrado en nuestro territorio un número muy cuantioso de ciudadanos sudamericanos, marroquíes y de varios países de la Europa del Este, muy a menudo de manera también incontrolada, y que desde el momento de desatarse la crisis de 2007/08 quedaron desocupados en una gran proporción. Debemos afrontar y analizar el grave problema de la inmigración con criterios más fríos y racionales, sin perder nunca de vista la protección de nuestros propios intereses, como ciudadanos españoles y europeos.

          La solución de fondo, si es que la hay, habrá de pasar por que nuestros gobiernos, la Unión Europea e incluso la O.N.U. se comprometan seriamente a ayudar a los países de origen de todos estos emigrantes, prestándolos apoyo financiero, técnico, educativo y médico -asistencial (seguramente con apoyo militar capaz de garantizar el cumplimiento de toda esa compleja labor), para que esas sociedades rotas y desestructuradas del Sahel y del centro de África salgan del pozo de miseria y violencia en que se encuentran y comiencen a desarrollarse y a ofrecer un futuro digno y sostenible para sus gentes, sin necesidad de que éstas se vean obligadas a emigrar hacia el Norte (en el que se encuentra España en primerísima línea). Es en esta actividad en la que han de concentrarse los esfuerzos de la Unión Europea.

          Mientras tanto, la inmigración masiva y descontrolada habrá de ser frenada de algún modo, so pena de que nuestras propias sociedades (la española se ve particularmente afectada, por su crítica posición geográfica) comiencen a deteriorarse de manera irremisible, con malas y desagradables consecuencias para todos nosotros y nuestros descendientes. Sería bueno que nuestros políticos y gobernantes, sean de la ideología que sean, reflexionasen sobre todo ello, con rigor y en toda su integridad, sin criticarse ni descalificarse mutuamente como resulta habitual.

«CAMBALACHE» – REFLEXIONES SOBRE EL MUNDO ACTUAL

 

          Existe un viejo tango que lleva por título «Cambalache«. Lo compuso allá por 1934 el maestro argentino Enrique Santos Discépolo, y alcanzó bastante popularidad tanto en su tierra natal como en otros países de habla hispana. Su letra, jocosamente amarga y de pura denuncia social, adquiere hoy, a pesar de los años transcurridos, plena vigencia y una enorme actualidad. Entresaco aquí algunos de sus párrafos más reveladores, aunque toda ella es sumamente acertada:

«Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé …… pero que el siglo veinte es un despliegue de maldad insolente ya no hay quien lo niegue …… Hoy resulta que es lo mismo ser derecho (honrado) que traidor, ignorante, sabio, chorro (ladrón), generoso, estafador. ¡Todo es igual, nada es mejor, lo mismo un burro que un gran profesor! …… Siglo XX, cambalache (negocio sucio), problemático y febril, el que no llora no mama y el que no afana es un gil (huelga explicar el término) …… Es lo mismo el que labora noche y día como un buey que el que vive de los otros, que el que mata o el que cura o está fuera de la ley.»

          Podríamos ampliar el significado del término «cambalache», trasladándolo a nuestra vida actual y asemejándolo a conceptos como el muy español de cachondeo, o al de sin dios, o al de maricón el último, si se me permite la licencia. Y es que en realidad el mundo de ahora, del año 2018, está bastante trastornado. Quizás nunca estuvo sano, por lo que se refiere a muchas de las actividades protagonizadas por nuestra especie, la del mal llamado Homo Sapiens, pero estoy convencido de que nunca antes habíamos llegado con nuestra acción a un punto tan crítico para con nosotros mismos y el entorno natural en que vivimos. Hagamos un breve repaso de algunos de los grandes problemas que aquejan a la Humanidad en estos momentos:

  • Inseguridad, conflictos armados, terrorismo yihadista, tensiones entre las grandes potencias, las amenazas del líder norcoreano, peligro nuclear, estados fallidos, en fin, en los que reinan el caos, la anarquía y los grupos armados descontrolados. La sustitución de Barack Obama hace ahora justo un año por el magnate Donald Trump en la presidencia de la primera potencia mundial no ha contribuido precisamente a la mejora del equilibrio global; más bien lo ha empeorado de manera significativa.
  • Superpoblación. El crecimiento demográfico no se detiene, pese a habérsenos quedado el planeta pequeño desde hace décadas. China e India superan los 1.300 millones de habitantes cada una. A pesar de su extrema pobreza, el África subsahariana experimenta un boom demográfico, una de cuyas consecuencias es la presión migratoria que sufrimos en Europa, y que es muy probable vaya a más en los años venideros. De modo parecido, los U.S.A. padecen el mismo problema con respecto a Centroamérica y Sudamérica. Y esto sucede, no lo olvidemos, cuando el trabajo humano está seriamente amenazado con la automatización y la robotización crecientes.
  • Desigualdades económicas profundísimas, no sólo entre unas naciones y otras, sino también, dentro de los propios estados, entre grandes masas de población en situación de precariedad y/o pobreza y minorías cada vez más poderosas y ricas. La acumulación de riqueza por parte de unos pocos (en términos relativos) ha llegado a niveles absolutamente obscenos.
  • Mientras tanto, la Naturaleza se halla en franco retroceso, debido a la sobreexplotación de los campos, bosques, aguas continentales y mares. La presión demográfica, los vertidos industriales, la acumulación de desperdicios y desechos de todo tipo, la caza y la pesca indiscriminadas, la explotación de todo tipo de recursos naturales, todo ello conlleva el exterminio de especies animales y vegetales. Para colmo, el sobrecalentamiento de la atmósfera, por causa de las emisiones de gases contaminantes, altera el clima, como ya estamos comprobando, provoca inundaciones y también genera grandes sequías, lo que no hace sino empeorar y poner en grave peligro las condiciones de vida sobre la Tierra.
  • Incapacidad de las clases dirigentes, especialmente de los gobiernos, para abordar con eficacia todos estos grandes problemas. Se observa una preocupante ausencia de visión a medio y largo plazo por parte de quienes asumen las mayores responsabilidades políticas. Tampoco se aprecia en la mayoría de ellos inteligencia ni imaginación para cambiar el estado de cosas. Asimismo, albergo serias dudas acerca de sus principios éticos y buenas intenciones, ya que siempre optan por adular a las grandes corporaciones y los más poderosos, antes que escuchar las continuas voces de alarma que surgen del mundo cientifico y las propias sociedades civiles. Volviendo a lo que indicaba en el punto primero, la presencia de un personaje tan discutido y anti-ecológico como Mr. Trump en la Casa Blanca es desalentadora.

          ¿Por qué ocurre todo esto, precisamente cuando «disfrutamos» de la mayor cantidad de información que hubiéramos podido nunca imaginar, cuando las comunicaciones entre cualesquiera puntos del planeta son prácticamente instantáneas, y cuando la evolución científica y técnica no deja de sorprendernos cada día con nuevos logros, adelantos y aplicaciones? ¿Acaso no parece paradójico? Lo cierto es que, a pesar de ello, todos estos avances parecen incapaces de ofrecernos unas perspectivas optimistas acerca de un mundo mejor, más seguro, sano y justo. Se me ocurren algunos motivos que explican el «cambalache» actual, en el que estamos todos enfangados.

          1) En primer lugar, están los todopoderosos intereses económicos por parte de algunos Estados y (sobre todo) de entidades y grandes grupos empresariales, financieros y de comunicación, que acumulan más dinero y poder real que los propios gobiernos nacionales. Frente al poder arrollador de los mercados, hemos podido comprobar la debilidad de las democracias, que han perdido grandes cuotas de independencia y soberanía en este mundo globalizado, una globalización por cierto que nos ha venido impuesta no se sabe bien desde qué instancias superiores y a la que nos hemos tenido que entregar a la fuerza, perdiendo en el camino derechos, capacidad adquisitiva, seguridad y confianza en el futuro. El principio básico por el que todo parece regirse es el egoísmo avaricioso, la búsqueda del máximo beneficio posible; los niveles de acumulación de capital financiero en unas pocas manos han llegado a ser abrumadores.

          2) Paralelamente, las masas de población (naturalmente, de quienes se lo pueden permitir) están de forma permanente empujadas al consumo  de todo tipo de bienes y servicios, por encima de lo que sería necesario y sensato para vivir con normalidad. Las promociones de toda índole, el marketing telefónico, la publicidad, que se cuela por todos los dispositivos imaginables, todos estos medios nos bombardean incesantemente para comprar hasta lo que no precisamos de ningún modo. Ya sé, se me dirá que «es necesario, porque así se mueve la rueda de la economía y circula el dinero». No lo voy a discutir, y menos en el espacio de este post, pero sí quiero dejar muy claro que lo que sí se consigue con este sistema es acelerar el ciclo PRODUCCIÓN-CONSUMO-DESECHOS. De esta manera, contribuímos «con mucha eficiencia» al rápido deterioro del medio.

          3) Otro factor que, a mi modo de ver, explica lo enfermo que está nuestro mundo es el paulatino embrutecimiento de la sociedad, de la gente en general. Me explicaré, antes de que el lector se enfade conmigo. Valores como el amor por la cultura, la edcuación en nuestro modo de expresarnos y relacionarnos con los demás, la filantropía, el sentido de servicio a los otros, la honradez, la nobleza de espíritu, la elegancia y la sobriedad, en suma, todo aquello que nos eleva y nos hace mejores está en crisis. Lo vemos en los programas de TV, a menudo y curiosamente en los de mayor audiencia, en el tipo de cine violento y duro que normalmente se exhibe (¡qué diferencia con el de otras épocas!), en la forma de comunicar ideas y sentimientos por los distintos canales de Internet (Twitter, Whatsapp, redes sociales en general, foros de opinión). Lo vulgar, lo soez, los chismes intrascendentes, las gracietas facilonas, los exabruptos, los insultos y las faltas de respeto son lo que predomina de forma abrumadora en nuestras comunicaciones. ¿Qué ocurre en las aulas y escuelas? Los esfuerzos de maestros y profesores, la inmensa mayoría de ellos bienintencionados, se estrellan contra la pésima educación y la preocupante violencia de muchos chicos y chicas. El resultado es que se pierde un tiempo valiosísimo en intentar mantener un mínimo de orden en las clases, lo que va en detrimento de la calidad educativa. La figura del profesor/a no está suficientemente protegida ni dotada de la necesaria autoridad. La más mínima reprimenda o llamada de atención a un alumno muchas veces es contestada por parte de los airados padres con una gran bronca o incluso una agresión física al educador (esto debería ser intolerable y, al menos aquí en España, se viene permitiendo desde hace ya décadas).

          4) Por último, qué duda cabe que la continua y grosera exhibición de comportamientos vergonzosos y delictivos por parte de responsables políticos, en connivencia con empresarios sin escrúpulos, desmoraliza a la sociedad civil. La corrupción político-económica, que en mi país (España) ha alcanzado niveles insoportables y aún no ha sido plenamente castigada con contundencia, supone un pésimo ejemplo para la gente, y para los más jóvenes en especial. Se lanza el mensaje de que las conductas irregulares y los actos fraudulentos constituyen una vía fácil y rápida hacia el enriquecimiento, en lugar del trabajo honrado y la conducta respetuosa para con los demás. Sí -pensarán muchos-, existe el riesgo de que le pillen a uno, pero es una manera de conseguir pasta en poco tiempo y disfrutar a tope de la buena vida. Además, hasta que se ponga en marcha la maquinaria judicial, ¡fijaos todo lo que podemos «afanar»!

 

A MODO DE CONCLUSIÓN

          Los hombres y mujeres que formamos la sociedad del siglo XXI no podemos seguir caminando a ciegas, como un pollo sin cabeza. Tenemos que ser muy conscientes para discernir con claridad en qué punto nos encontramos, en términos temporales, y adivinar qué peligros globales nos acechan a la vuelta de la esquina, en caso de no aplicarse medidas contundentes y lo suficientemente amplias. En vista de la miopía que afecta a casi toda nuestra clase política (por no hablar directamente de mala fe en muchos casos), hemos de usar la razón, separar el grano de la paja (entre tanta y tan confusa información), prestar atención a los científicos e intelectuales de prestigio, y no a los charlatanes y cantamañanas, y exigir en definitiva a nuestros representantes políticos que cambien rápidamente el rumbo de nuestra civilización para así conjurar el desastre.

P.D.: A continuación dejo uno de los numerosos enlaces para escuchar el tango que ha inspirado y dado nombre a este artículo:  https://www.youtube.com/watch?v=YYaG2ne-QZM

 

 

 

Enrique Santos Discépolo, poeta del tango y autor de «Cambalache». Allá donde se encuentre usted, ¡un afectuoso saludo, maestro!

 

 

INTOXICACIÓN INFORMATIVA Y ESTUPIDEZ HUMANA

 

 

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          A nadie se le escapa que, a lo largo de los últimos 12 o 14 años, los hábitos de vida y consumo de una gran parte de la población mundial han cambiado radicalmente. Sobre la base ya existente de Internet, la utilización masiva de los dispositivos móviles, en especial de los smart-phones y las tablets, ha acelerado este proceso, en paralelo con el desarrollo fulgurante de las redes sociales, los buscadores y las diferentes plataformas proveedoras de servicios digitales. Un elevadísimo porcentaje de habitantes de nuestra sociedad, y ya no sólo del mundo económicamente más desarrollado, estamos hiperconectados. Y esto sucede a muchos niveles: social, informativo, profesional, publicitario y comercial, lúdico, etcétera. Compartimos toda clase de mensajes, imágenes, fotografías, videos, archivos, noticias y opiniones. La circulación global de información por los medios digitales alcanza un volumen inmenso en todo momento. Basta un sólo dato para hacernos idea de su magnitud: se estima que cada minuto que pasa se suben a la plataforma YouTube ¡más de 300 horas de video!, y probablemente esta cifra ya esté desfasada. No nos separamos de nuestro móvil ni un instante al día, algunos (entre los que me incluyo) por obligación, y muchos otros (sobre todo los más jóvenes) por pura adicción. Siempre estamos pendientes del último mensaje de Whatsapp o de la noticia más reciente; nos acostamos escrutando la pantallita táctil, y lo primero que hacemos al despertar es consultarla de nuevo.

          Un observador externo e imparcial podría pensar, a la vista de este fenómeno que ha irrumpido tan repentinamente en nuestras vidas, que los humanos ahora somos mucho más sabios y más inteligentes, al manejar constantemente tanta información. Pues lamentablemente no creo que sea así, al menos desde una óptica general. Tras un primera y rápida reflexión, es fácil deducir que un exceso de información no le hace a uno mejor conocedor de lo que realmente importa e interesa, máxime cuando todo ese caudal informativo está plagado de nimiedades, fruslerías, meras distracciones visuales, datos cazados a la ligera y sin contrastarse debidamente, opiniones poco fundamentadas e incluso noticias contradictorias. Y hay que señalar que todos estos graves defectos que restan en gran medida valor a la información no son exclusivos de los canales digitales ya mencionados, sino que también se vierten abundantemente sobre la sociedad a través de los medios tradicionales (que aún cuentan con audiencias masivas), como la televisión, la radio y la prensa.

          La búsqueda sincera de la verdad, la intención honrada por describir la realidad de la manera más objetiva posible, las opiniones rigurosas y fundamentadas sobre datos y hechos objetivos, son conceptos que hoy día están seriamente amenazados, si no en franco retroceso. La manipulación de las mentes se halla en estos momentos, por desgracia, peligrosamente activa. De un lado, medios como la televisión y muchos canales digitales nos bombardean con estúpidos reality-shows, en los que las discusiones y las peleas de famosillos y caraduras profesionales están a la orden del día, siempre a causa de trivialidades y bobadas intrascendentes; no faltan tampoco pseudo-debates políticos presididos por el ruido, la falta de respeto y el robo continuado de la palabra entre los distintos tertulianos; los noticiarios no conceden a las noticias los tiempos ni la importancia que cada una merece,  sino que evidencian una gran arbitrariedad en su tratamiento, y muy a menudo nos ofrecen sucesos y curiosidades con los que parecen querer distraer nuestra atención y alejarla de lo más importante.  De otro lado, actúa la superpoderosa publicidad, que acapara todos los medios posibles, incluidos por supuesto los digitales, a través de los que extrae todo tipo de información sobre nosotros, los consumidores, y no cesa de intentar vendernos cuanto más mejor y al mayor ritmo posible. Por último, ¿qué decir de los políticos? Estos merecen un comentario aparte.

          Gran parte de la clase política, salvo honrosas excepciones, ha optado por abandonar la prudencia y la sensatez y se ha lanzado descaradamente a la utilización de la táctica del engaño puro y duro. Se tergiversan los datos, se silencian las verdades, se echa mano de todo tipo de eufemismos, se practica la auto-alabanza sin mesura al tiempo que se desacredita siempre y por sistema al rival, se incumple lo prometido, se utiliza el miedo, se miente, se miente, se miente… Aquella frase tan tristemente célebre atribuida al ministro de propaganda del III Reich, Joseph Goebbles, acerca de que una mentira repetida mil veces acaba siendo verdad, está ahora más de actualidad que nunca, porque refleja perfectamente lo que está ocurriendo. El lenguaje y las formas puramente «mitineras» se adoptan ya en el día a día de una buena parte de los políticos. Todo vale con tal de defender e imponer las tesis de cada partido, así como de presentarse ante los electores como los mejores, si no los únicos válidos, para llevar las riendas del gobierno. «Fíjense ustedes qué unidos estamos nosotros, frente a esa especie de jaula de grillos de Vistalegre, en la que no se ponen de acuerdo en nada», repetían hace pocos días destacados dirigentes del Partido Popular, en alusión al congreso que celebraban al mismo tiempo los miembros de la formación Podemos. Fariseísmo político descarnado, ¿no cree el lector?

          Recientemente se ha acuñado el término posverdad. Este vocablo, en principio, hace referencia a que, a la hora de crear y modelar la opinión pública, los hechos objetivos se trasladan a un segundo término, en favor de las apelaciones a las emociones y creencias personales. Bueno, esta sería una definición demasiado ecléctica y suave para describir lo que está sucediendo, porque realmente la posverdad no es más que una manera de ocultar la verdad tras otra interpretación subjetiva y manipulada de la realidad, mucho más del gusto personal del político de turno y de su audiencia más incondicional. No sé si es el mejor ejemplo, pero el eslogan central que presidió la reciente campaña presidencial de Donald Trump, «We will make America great again» («Haremos que los U.S.A. vuelvan a ser grandes», en traducción más o menos libre) encierra una gran falsedad, la de pensar que los U.S.A. habían dejado de ser ya grandes, fuertes y prósperos, cayendo de su aún indiscutible liderazgo mundial. Evidentemente, esto no es así, pero se ha hecho creer lo contrario a muchos ciudadanos americanos, probablemente los más incultos y peor formados.

          En medio de todo este caos informativo y de la gran confusión reinante en todo lo concerniente a la política, la dirección de la economía y la evolución de las sociedades, tanto a nivel nacional como europeo y global, se pasan por alto los grandes retos que la Humanidad tiene planteados ahora y en su futuro más inmediato. Quizás el más importante y grave, a juicio de quien esto escribe, sea el problema medioambiental, en sus 3 vertientes de deterioro del entorno natural, agotamiento de los recursos de la biosfera y del subsuelo, y calentamiento global. Muy relacionados con ello, e interconectados entre sí, están sin duda los problemas de crecimiento incontrolado de la población y pobreza severa en determinadas áreas del tercer mundo, los movimientos migratorios (que todo apunta se van a agravar seriamente en los próximos lustros), los conflictos bélicos en los que se entremezclan motivos económicos y religiosos, el arrinconamiento del trabajo humano desplazado paulatinamente por la digitalización y la robotización, la creciente brecha en renta y riqueza entre países e individuos (que está alcanzando niveles de absoluta obscenidad), y el auge de los movimientos populistas de extrema derecha, que tratan de imponer soluciones radicalmente equivocadas, en contra del sentido común, la inteligencia y el mejor humanismo.

          De algún modo, consciente o inconscientemente, se está haciendo creer a la gran mayoría de la población que la única verdad es el poder absoluto del dinero, el predominio de los mercados financieros, la fuerza incontestable del capital (cada vez más y más concentrado en un número muy escaso de manos). Ante este nuevo Dios, las democracias, la libertad individual, la supuesta autonomía de los Estados de Derecho, han pasado a un nivel subsidiario. Y lo más grave es que parecemos aceptar este lamentabilísimo hecho con resignación, despreciando nosotros mismos cualquier loable intento por revertir y cambiar el proceso. Los más nobles ideales se dejan ya sólo para los ilusos y los locos. ¡Qué bajo estamos cayendo!

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P.D.: Quiero agradecer a El Roto la genialidad mostrada en su ingente colección de chistes gráficos. Me siento muy identificado con la mayoría de ellos. Espero que sabrá disculparme la utilización de algunos de ellos para ilustrar este post, así como otros anteriores.

A PROPÓSITO DE DONALD TRUMP

Republican presidential candidate Donald Trump speaks to supporters as he takes the stage for a campaign event in Dallas, Monday, Sept. 14, 2015. (AP Photo/LM Otero)

          En esta semana que ahora concluye, el mundo entero se ha visto sacudido por la sorprendente elección del candidato republicano Donald Trump como próximo presidente de los Estados Unidos de América. La inmensa mayoría de la gente, tanto aquí en España como en el resto del planeta, se ha quedado boquiabierta, cuando no directamente escandalizada, ante el hecho de que un personaje tan atípico y controvertido como Trump tenga ya abiertas las puertas de la Casa Blanca y esté a punto de dirigir los destinos de la nación más poderosa del planeta. Sus posicionamientos radicales y rupturistas, sus declaraciones a menudo grotescas, sus comentarios sexistas y machistas, sus ataques verbales a todos los rivales (señora Clinton incluída), nos hacen temer cualquier cosa durante los próximos años que dure su mandato. De momento, la incertidumbre es lo único seguro que tenemos al respecto, si se me permite esta figura literaria (¿un oxímoron?).

          No obstante, hay algo que sí sabemos acerca de los motivos de tan singular elección por parte del electorado norteamericano. Según parece, el señor Trump ha conectado con una gran masa de gente, mayoritariamente personas blancas de la América interior y profunda, descontentas y preocupadas con fenómenos como la globalización, la invasión de productos extranjeros (muchos procedentes de China), un cierto estancamiento económico (muy relativo en el caso de los EE.UU.), y el flujo masivo y constante de inmigrantes procedentes de la América de habla hispana. Está claro que mucha gente ve todo ello como una amenaza a sus esencias, identidad y forma de vida. Ese descontento y esa desconfianza crecientes por parte de gran cantidad de ciudadanos, unidos a otros factores, entre los que yo destacaría cierto grado de desconocimiento del mundo exterior y un recelo innato hacia cuanto signifique progreso cultural y social, han despertado el entusiasmo de mucha gente, que ven a Donald Trump como «alguien de los suyos», una persona que les habla en su mismo lenguaje.

          Pero no quisiera referirme por el momento más al presidente electo USA ni a los norteamericanos, sino a lo que sucede aquí, en Europa y en España. Ya que hemos hablado de descontento y desapego, estoy convencido de que a este lado del Atlántico tenemos muchos más motivos de peso para estar inquietos y enfadados con la situación económica, laboral y social. En efecto, los ciudadanos europeos, y muy especialmente los españoles (por no hablar de los griegos, portugueses, etc.), estamos padeciendo graves y profundos problemas que la política «convencional» se muestra incapaz de afrontar y responder de modo satisfactorio. Echemos un rápido vistazo:

  • Hace ya más de 8 años tuvo lugar una crisis de ámbito global, provocada por los excesos del sector financiero. Dicha crisis se agravó en España al coincidir con el estallido de la burbuja inmobiliaria y el derrumbe del sector de la construcción. Sin embargo, después de todo este tiempo, lo único claro al respecto es que estamos siendo las clases medias y trabajadoras las que seguimos pagando en exclusiva las consecuencias de aquel desastre. Y parece que lo vamos a seguir haciendo durante un tiempo indeterminado, quizás ya de forma permanente. Las élites económicas y financieras han salido reforzadas, pero en cambio nuestros salarios han bajado de manera dramática, y las prestaciones de tipo social y asistencial a las que teníamos todo el derecho del mundo han quedado seriamente dañadas y mermadas. El empleo se ha vuelto más y más precario, y el futuro de nuestros jóvenes se ha tornado muy sombrío.
  • La gran crisis ha venido a unirse a otros fenómenos, como la globalización, la deslocalización, el creciente e imparable automatismo de los procesos productivos, la robotización, etc., que amenazan y destruyen empleo aquí y en muchos países de nuestro entorno. El trabajo humano y su remuneración está en franca recesión.
  • Por su parte. la población de ciertos países menos desarrollados (Oriente próximo y Africa) crece de forma incontrolada y huye hacia nuestras fronteras del sur y del este europeos. Y este fenómeno muy posiblemente seguirá creciendo en el futuro inmediato hasta hacerse insoportable, porque no se trata sólo de las guerras y conflictos que sufre ahora parte del mundo árabe (en particular Siria e Irak), sino que ciertas regiones del África subsahariana padecen una vigorosa explosión demográfica (el caso de Nigeria es extremo), junto con una enorme pobreza, inseguridad y ausencia de estados firmes y democráticos.

          ¿Y qué respuestas nos ofrecen nuestros gobiernos? Nada. Ninguna. Sólo la de seguir ahogándonos en vida invocando la necesidad ineludible de controlar el déficit público, lo que no evita por cierto que la deuda externa (como es el caso de la española) siga creciendo hasta alcanzar unas dimensiones que la convierten en virtualmente impagable.

          En definitiva, y ya termino, seguramente tenga yo muchas razones para temer a Donald Trump, pero la verdad es que me dan más miedo personajes mucho más cercanos como la canciller alemana Angela Merkel, su hiper-rígido ministro de finanzas Wolfgang Schäuble, el presidente de la Comisión Europea Jean-Claude Juncker, el comisario de Asuntos Económicos Pierre Moscovici, así como todos sus obedientes y fieles «peones» que componen el actual gobierno conservador de España. No podemos olvidar que a un país hermano como Grecia la han hundido en la miseria y la desesperanza entre todos ellos.  Y nosotros no estamos mucho mejor. No somos Alemania, ni Dinamarca, ni Suiza, ni Noruega, ni Suecia, ni Holanda.

          Que cada cual saque sus propias conclusiones.

NUESTROS MONTES ARDEN, PERO … ¿LE IMPORTA A ALGUIEN?

Escena de uno de los muchos incendios forestales ocurridos este verano en Galicia, muy cerca de Santiago de Compostela. En primer término, técnicos de extinción de la U.M.E. (Unidad Militar de Emergencias)

Escena de uno de los muchos incendios forestales ocurridos este verano en Galicia, muy cerca de Santiago de Compostela. En primer término, agentes de extinción de la U.M.E. (Unidad Militar de Emergencias)

Pocas cosas son tan tristes y desoladoras como contemplar un bosque siendo devorado por las llamas.

          Durante este verano de 2016, que ya toca a su fin, los españoles hemos asistido impotentes a una realidad que por desgracia parece haberse hecho habitual en temporada estival: los incendios forestales que se producen a lo largo y ancho de todo el territorio. Al día 15 de agosto, y según los datos que he podido consultar, elaborados por el Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente, habían ardido ya 33.370 hectáreas, una cifra ya bastante preocupante en sí misma. Pero es que a lo largo de la segunda quincena de agosto y en lo que llevamos de septiembre han surgido bastantes más incendios, algunos de ellos muy graves, como el que ha arrasado el entorno de Jávea (Alicante), de gran valor paisajístico. Galicia (de algún modo siguiendo la tónica del vecino y castigado Portugal), el interior montañoso de Valencia, Navarra, la isla canaria de La Palma, y otras regiones de España, han visto cómo el fuego destruía extensas zonas de bosque, monte bajo y matorral, sin que nada ni nadie pudiera evitarlo.

          Y no digo esto último para infravalorar en modo alguno la extraordinaria y encomiable labor desarrollada por los equipos de extinción de incendios, que como siempre han puesto todo su empeño y arriesgado sus propias vidas en el control de los fuegos, muy a menudo auxiliados por los propios vecinos de las zonas afectadas. Pero, lamentablemente, cuando un incendio se declara, la mayoría de las veces ya es tarde para impedir que alcance grandes proporciones, máxime cuando aquél es intencionado. Se sabe perfectamente que la mayoría de los fuegos rurales y forestales se provocan adrede, a menudo desde varios puntos de ignición simultáneos, debido a la acción criminal de sus desalmados autores materiales.

          Estamos sin duda ante un hecho trágico y lamentabilísimo, que no parecemos capaces de evitar, verano tras verano y año tras año. Se ha convertido en una rutina siniestra que se abate de modo recurrente sobre nuestro patrimonio natural y lo destruye. Quizá muchos no se percaten de ello, pero con los incendios también muere una parte de nosotros mismos, ya que de alguna manera somos hijos del paisaje que nos rodea, de la tierra, así como de la flora y fauna que vive y se desarrolla en su superficie. Y además nuestro vínculo con el paisaje no es solamente físico, de mero sustento (con ser ello básico y primordial), sino también espiritual. Sobre este último punto podrían darnos grandes lecciones multitud de intelectuales, escritores, filósofos y artistas, tanto del presente como del pasado, españoles y foráneos.

          ¿Sólo cabe lamentarnos y llorar? Yo creo que no. Nuestro deber como ciudadanos responsables, conscientes de lo que ocurre y sensibles hacia nuestro entorno natural, es exigir en la medida de nuestras posibilidades a las instituciones y a los políticos que tomen iniciativas de valor para combatir esta pesadilla. Para empezar, un delito ecológico tan grave y destructivo como el provocar un incendio forestal debería tipificarse con la máxima gravedad en nuestro ordenamiento jurídico y penal, equiparándolo al asesinato. Si, digo bien: ASESINATO. Y no creo que incurra en ninguna aberración al sostener tal idea. Quien destruye intencionadamente un bosque lo hace ahora, en un preciso momento, pero sus efectos se prolongan por un plazo de 20, 30 o 40 años. No sólo extermina especies vegetales y de fauna silvestre, ya muchas veces amenazada por otros motivos (caza, presión demográfica, turismo irresponsable), sino que priva a generaciones futuras de espacios de gran valor ecológico, de esparcimiento y de conocimiento de la Naturaleza. Y, por descontado, no puede olvidarse que un incendio forestal se cobra con frecuencia vidas humanas, como todos sabemos. Y también perecen muchas cabezas de ganado y animales domésticos, propiedad de habitantes del lugar. Los efectos destructivos son terribles y, como hemos visto, se prolongan en el tiempo.

          Por otra parte, la labor preventiva adquiere en este problema una importancia capital, y es aquí donde deberíamos exigir a las autoridades una implicación y un esfuerzo mucho mayores que los que se vienen realizando hasta ahora. Hay que invertir más recursos en educación, concienciación ciudadana, limpieza de los montes, utilización responsable de sus recursos forestales, y vigilancia (estamos en la época de los drones, cuya utilidad podría ser decisiva en este terreno). Al igual que en medicina, resulta infinitamente mucho mejor prevenir que curar. Hasta el momento, yo sólo observo en los políticos una pasmosa indiferencia ante la desgracia recurrente de los incendios forestales. Parece como si el asunto no les concerniera, y si es así me parece de una flagrante irresponsabilidad. Es preciso presionar a nuestros representantes políticos para que cambien su punto de vista y se pongan a trabajar con la mayor urgencia sobre el problema señalado. Y, por favor, que no se escuden en que los fuegos son competencia exclusiva de las comunidades autónomas o de los ayuntamientos. No, señoras y señores, este problema nos afecta a todos (incluyendo a nuestro hijos y nietos) y exige la acción conjunta y eficaz de todas las administraciones públicas.

LA VERGÜENZA DEL TORO DE LA VEGA, UN AÑO MÁS

         Toro de la Vega 2015

Deseo dejar constancia, una vez más, de la extrema repugnancia que siento ante el vergonzoso espectáculo del Toro de la Vega, en Tordesillas. El creciente rechazo que surge en toda España ante este acto, de crueldad colectiva y dolor animal, no ha bastado aún para detener esta «fiesta» y prohibirla definitivamente.

Las gentes del lugar intentan justificar esta barbarie invocando la tradición, pero yo les digo que la tradición NUNCA nunca puede ser razón ni argumento válido para llevar a cabo algo tan cobarde, sádico y sanguinario como es perseguir, acorralar y matar a lanzazos a un pobre animal inocente. Quienes lo protagonizan y defienden muestran lo peor de lo peor del ser humano: causar pánico a otro ser vivo, hacerlo sufrir sin sentido alguno, y matarlo finalmente entre los vítores de una muchedumbre descerebrada y sin corazón.

¡Todo para regocijo de una multitud exaltada, insensible y vociferante! ¿Qué quieren demostrar con ello? ¿Acaso la supuesta superioridad del ser humano, que destruye y degrada casi todo lo que toca? Si alguien experimenta placer ante actuaciones tan lamentables, es digno del mayor de los desprecios. Debería preguntarse a sí mismo qué demonios pinta en este mundo.

¡BIEN DICHO, SANTO PADRE!

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          Hace muy pocos días, el Papa Francisco viajó a la cercana isla de Cerdeña. Allí, tras escuchar los testimonios de varias personas especialmente golpeadas por la precariedad y la falta de trabajo y de perspectivas, improvisó un discurso salpicado de frases tan certeras y sinceras como sorprendentes en un Pontífice de la Iglesia Católica:

     «La falta de  trabajo te lleva a sentirte sin dignidad … El actual sistema económico nos está llevando a una tragedia. Vivimos las consecuencias de una decisión mundial, de un sistema que tiene en el centro  a un ídolo que se llama dinero … Señor Jesús (oración), a ti no te faltó el trabajo, enséñanos a luchar por él».

          Me parece extraordinario que un Papa de Roma tenga la valentía de denunciar con palabras tan sencillas y claras los excesos del capitalismo. ¡Ya era hora! Debo confesar que, desde el primer momento he sentido una creciente simpatía hacia este nuevo Papa. Ya no me cabe la menor duda de que ha aportado a la Iglesia, no sólo un lenguaje y unos modos nuevos y mucho más cercanos, sino también un mensaje de fondo rupturista con aquello a lo que nos tenían acostumbrados sus antecesores inmediatos. En la isla italiana de Cerdeña, el Papa Francisco ha señalado sin tapujos el meollo de la crisis actual, su causa última, que no es sino el exceso de codicia por parte de unos pocos (en términos relativos), de aquellos que idolatran y acaparan el dinero, lo que trae como consecuencia directa la falta de trabajo y la pobreza de muchos.

          Obviamente, se puede explicar la situación actual con términos mucho más amplios y técnicos (la globalización, la deslocalización de empresas y procesos productivos, el imperativo de abaratar al máximo los costes, el exceso de competencia, el automatismo creciente que destruye sin cesar puestos de trabajo, la locura del crecimiento sin límites, la imposición de objetivos de beneficio cada vez más ambiciosos, etc.), pero no cabe la menor duda de que la esencia, el núcleo del problema, es el denunciado ahora por Jorge Mario Bergoglio. Celebro que, por fin, la Iglesia Católica, por medio de su cabeza visible, dé un paso adelante y se pronuncie con rotundidad en el mundo actual de la economía y el trabajo.

          Su nuevo mensaje debería entroncar y reforzarse mutuamente con las ideas expresadas ya por muchos científicos, economistas y personas de bien de todo el mundo, sinceramente preocupadas por el bienestar y el futuro de la humanidad. El capitalismo depredador es ciego, sólo piensa en crecer y en acumular más y más riqueza, sin tener en cuenta las limitaciones que impone per se un planeta finito y pequeño como la Tierra. Además, genera cada vez mayores diferencias de renta y bienestar, impulsa las grandes bolsas de miseria, estimula el consumismo irresponsable y no se preocupa por sus gravísimas consecuencias: montañas y montañas de residuos, paisajes degradados, agotamiento de recursos naturales, grave contaminación del medio ambiente, etc. Es imprescindible luchar contra todos estos excesos que amenazan severamente la vida sobre la Tierra, y bienvenidas sean todas las aportaciones, ya sean desde el humanismo científico, desde el cristianismo responsable, o bien desde cualquier otra postura ideológica comprometida de verdad con el hombre y la Naturaleza.

          ¡Gracias, Francisco, por su sinceridad y su compromiso! Contamos con su Santidad.

          Para terminar, yo me permitiría darle un buen consejo: guárdese bien de sus enemigos, principalmente de los de su propia casa. Sospecho que su nuevo mensaje y sus nuevas maneras no serán bien vistas por muchos de sus «colegas» que visten sotana. No creo que me equivoque al sospechar que monseñor Rouco Varela, su fiel portavoz Martínez Camino y otros «pajarracos de mal agüero» deben de estar echando humo por las orejas, ante los nuevos aires que soplan en la Iglesia.

ASPIRACIÓN FRUSTRADA … Y YA VAN TRES

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          No pudo ser, una vez más. Por razones que aún desconocemos con amplitud y exactitud, el Comité Olímpico Internacional dijo no por tercera vez consecutiva a la candidatura de Madrid, como futura sede de unos Juegos Olímpicos. Bueno, ¿qué le vamos a hacer? Era un riesgo que se corría, y desde luego una posibilidad muy real. Comprendo bien la frustración de muchos, en especial de la gente joven, los aficionados al deporte y todo el colectivo de deportistas españoles, para los que la posibilidad de albergar unos Juegos en Madrid constituía un acicate y un motivo de ilusión. No lo siento tanto, en cambio, por otros muchos, políticos, oportunistas y empresarios, sobre todo, que sólo veían en este proyecto una oportunidad de hacer negocio de la manera más acostumbrada en este país, a saber, mediante concesiones a dedo y construcciones de caros edificios, vías de comunicación y otras instalaciones fijas. Aunque pueda parecer un poco frívolo, en estos momentos tristes para muchos, me atrevo a decir que no pasa nada, que la vida sigue, y que no es necesario albergar unos Juegos Olímpicos para pensar con optimismo en el futuro. ¡No se hunde el mundo, caramba!

          A mi modo de ver, se han exagerado ampliamente las supuestas ventajas económicas que iba a tener para Madrid -y España- el evento olímpico. Por un lado, sí es cierto que los Juegos iban a atraer a gentes de todos los países a nuestra capital, y que convertirían a Madrid en un escaparate privilegiado ante el mundo entero, durante los meses previos a la celebración de las Olimpiadas y, por descontado, durante las semanas en las que éstas se desarrollasen. La industria turística gozaría de un buen empujón durante este periodo, pero no olvidemos que este fenómeno positivo funcionaría sólo durante un cierto lapso (luego se acabaría todo de golpe). En el otro lado de la balanza, por el contrario, habría que invertir mucho dinero público en crear las infraestructuras que faltan, rematar las que están a medias, dejarlo todo listo en organización, medios de transporte, seguridad, etc. Nadie nos iba a regalar esos dineros, sino que saldrían de nuestros presupuestos y, por tanto, de nuestros humildes y castigados bolsillos. Por supuesto que unos pocos sacarían buen provecho de esos gastos e inversiones públicas, pero a estas alturas de la vida, ya sabemos todos muy bien quiénes serían los afortunados: promotores, entidades financieras y empresarios de la construcción. La historia se repite, y lo hace con tozudez, por cierto.

          A los jóvenes, a los aficionados y, en especial, a los deportistas españoles, a quienes admiro muy sinceramente, les diría que lo más importante es seguir practicando y entrenando con ilusión, de cara a los próximos Juegos de Río de Janeiro, de Tokio y de donde toque en el futuro, y por supuesto de cara a todas las demás citas y encuentros deportivos que se celebran en el mundo año tras año. El lugar no es lo decisivo. Lo importante es participar y acudir con posibilidades de ganar, sea donde sea. Yo les animo a seguir trabajando y esforzándose, porque lo hacen muy bien y lo van a seguir haciendo mejor, ellos y ellas. El deporte español nos está proporcionando últimamente muchas alegrías, y eso se consigue con esfuerzo, disciplina, constancia, humildad y también, claro está, con el apoyo de las instituciones públicas (espero que éste no decaiga nunca).

          Dicho todo esto, me gustaría hacer algunas reflexiones y lanzar al aire alguna que otra pregunta. Me parece a mí que las instituciones públicas, Ayuntamiento de Madrid, Comunidad de Madrid, COE, Gobierno de la nación, etc., han contribuido a crear unas ilusiones y expectativas desmesuradas en torno a la candidatura de Madrid 2020. Muchos actos y presentaciones, demasiadas fiestecitas, mucha publicidad y alharaca, gastos, gastos, gastos. La expedición oficial española a Buenos Aires fue impresionante, creo que en torno a unas 200 personalidades, entre polìticos, deportistas de élite, empresarios, periodistas y adheridos. ¿Qué diablos pintaba allí Rita Barberá, la alcaldesa de Valencia, por poner un ejemplo? Tampoco me agradó, la verdad, ver a personajes como Juan Rosell y Arturo Fernández, de la CEOE. También estaba Florentino Pérez, ¡cómo no!, el todopoderoso presidente del Real Madrid. ¿Les habremos costeado entre todos los cuantiosos gastos de viaje, manutención y hospedaje a todos estos señores? Mucho me temo que sí, conociendo cómo se hacen las cosas en este país. Una anécdota; según fuentes bien informadas, en el viaje de ida de la nutrida representación institucional española, se agotaron todas las reservas de ginebra (unos 300 botellines) y hielo del avión, porque nuestros «sanos y deportivos» representantes se bebieron todos los gin-tonics que pudieron. Se ve claramente que ya iban de fiesta a la ida. Me pregunto qué pasará a la vuelta, puesto que habrá que ahogar las penas de algún modo, ¿no?

          Y un último apunte. Vergonzoso, una vez más, el nivel de inglés de nuestros máximos representantes. Seguimos igual en este terreno, haciendo el ridículo y creyendo que en el mundo entenderán bien nuestro bochornoso spanglish. La señora alcaldesa de Madrid podía haber desempeñado un papel más digno (al menos podía haber hecho un uso correcto de los medios que se ponían a su disposición, es decir, de los cascos de traducción simultánea, que para algo estaban). En cuanto al presidente del Comité Olìmpico español, señor Blanco, también se lució con aquello de «no listened the ask». En fin, para qué seguir. A estas alturas, los idiomas siguen siendo una de las asignaturas pendientes de nuestra avezada clase política.

EL PAPA FRANCISCO: BUENAS VIBRACIONES

Papa Francisco

          Debo confesar que al anochecer del día 13 de marzo, después de que la fumata blanca sobrevolara el tejado de la capilla Sixtina, en el Vaticano, acudí de mala gana al televisor para ver aparecer poco después al recién nombrado Papa en el balcón principal de la Basílica de San Pedro. En esos momentos me importaba bien poco quién saliera elegido, porque pensaba que todo seguiría más o menos igual en la Iglesia Católica, tras los pontificados bastante conservadores y ortodoxos de Juan Pablo II y Benedicto XVI.

          A pesar de haber recibido una educación machaconamente religiosa en mis años mozos, como tantos y tantos españoles de mi edad, soy una persona muy fría en cuestiones de fe. Con los años me he vuelto bastante escéptico y, además, he podido comprobar toda la hipocresía y falsedad que rodea, no sólo a la alta jerarquía de la Iglesia, sino a muchos que se consideran católicos y que se jactan de ello ante los demás, contraviniendo flagrantemente lo que se supone que deberían ser la humildad y el espíritu evangélicos. Si hablamos de los grupos más conservadores del mundo católico, que mezclan de manera obscena la profesión religiosa con el poder político y el poder financiero, el rechazo que siento hacia todos ellos es absoluto.

          Pero tengo que reconocer que, tras los primeros minutos de aparición ante las cámaras del hasta entonces cardenal Bergoglio, tras sus primeros gestos y sus primeras palabras, me invadió un sentimiento bastante positivo. Fue sorprendente que saludara a la multitud con un simple «Buona sera» y que, pocos minutos después, pidiera humildemente a los fieles allí congregados que rezaran y pidiesen por él. Me pareció una persona cercana, empática, sencilla y bastante diferente del estilo que ha caracterizado a sus antecesores inmediatos. Su manera de conducirse y expresar sus ideas, en los primeros días que han seguido a su elección como nuevo Papa, no ha hecho más que confirmar esta primera y favorable impresión personal.

          Ayer, durante la ceremonia solemne de entronización, entre otras muchas cosas, el nuevo Papa Francisco dijo algo que me agradó especialmente, cuando exhortó a todos los dirigentes y personas con poder político en el mundo a cuidar del planeta y proteger la Naturaleza, evitando su destrucción. Ya va siendo hora de que la Iglesia Católica tome auténtica conciencia de los graves problemas medioambientales que sufre nuestro mundo, y se implique de verdad en cuestiones de ecología y medio ambiente, en lugar de dar la espalda a algo tan serio y preocupante. Por supuesto, también me gustó su posicionamiento en favor de las más pobres y desfavorecidos. La Iglesia de Roma, si quiere recuperar autenticidad y credibilidad, debe involucrarse también en los problemas económicos y sociales, ahora que el capitalismo más descarnado y la extrema codicia de una pequeña minoría han causado esta profunda crisis en la que estamos sumidos, y que se puede resumir en un gigantesco y descarado trasvase de recursos financieros de las clases medias y trabajadoras a los grandes bancos, a los poderosos grupos de inversión y a los hombres más ricos y acaudalados del planeta, lo que no hace más que extender la pobreza y agigantar el abismo entre pobres y ricos. Es hora de denunciar conductas y actitudes, y no de andarse con paños calientes.

          Ojalá los primeros gestos del nuevo Papa Francisco, como lo de elegir su propio nombre o renunciar a ciertos signos personales de ostentación, como la cruz de oro, se traduzcan en cambios más profundos y trascendentes. La Iglesia Católica lo necesita como el agua, y el mundo entero, creyente o no, lo agradecería también.