ELOGIO DE LA GALLINA

Ya desde que era un niño de muy corta edad empecé a sentir una ternura especial hacia las gallinas. Las conocí, como chico de ciudad, durante mis largos veraneos en pueblecitos serranos, y me gustaba contemplarlas, con su suave cacareo, sus peculiares andares, el vaivén acompasado del cuello, y su incesante picoteo de semillas y bichillos que encontraba por el suelo.

Hacía ya bastante tiempo que deseaba escribir este artículo, pero no me acababa de decidir. No sabía muy bien cómo darlo forma y, sobre todo, no quería en modo alguno caer en un sentimentalismo ñoño, que restase autenticidad y sentido a mis palabras. Finalmente, me he decidido a hacerlo, porque por encima de todo hay una idea que me ronda con fuerza, y es la de que el ser humano está en deuda con este animal desde los albores de la civilización. En efecto, la gallina, quizás la más humilde de todas las aves, nos ha sido siempre extremadamente provechosa, y sin embargo la hemos maltratado sistemáticamente y sin consideración alguna.

Como todo el mundo sabe, la gallina (y por extensión, el gallo y el pollo) es un ave de granja de enorme utilidad, que nunca falta, ni ha faltado, en cualquier asentamiento humano a lo largo y ancho de casi todo el planeta. Nos provee de huevos y carne, alimentos esenciales para nuestra supervivencia. Aunque sólo fuese por el primero de ellos, el huevo, la contribución de éste a nuestra dieta habitual posee un valor inmenso. Se me antoja imposible pensar en una alimentación que prescindiera por completo del huevo. ¡Cuánto le debemos a la tortilla, en sus múltiples variedades, o a un simple pero sabroso y gratificante huevo frito con patatas! También es un ingrediente fundamental en muchos otros platos, en la elaboración de mayonesas, o en la pastelería, donde goza de infinitas aplicaciones.

Por otra parte, la gallina es un ave bastante austera y «barata» de mantener. No exige mucho: tan sólo grano o pienso para comer, agua fresca y limpia, y un refugio decente para pasar la noche o guarecerse de las inclemencias del tiempo; también es cierto que necesita un mínimo de espacio al aire libre, sobre suelo natural, para moverse con libertad y poder picotear y escarbar. Todo ello es vital para su salud y bienestar.

Sin embargo, pese a su virtudes y la gran utilidad que tiene para todos nosotros, los seres humanos, ¡qué mal la tratamos en general! Sobre todo, a partir de mediados del siglo XX (quizás desde antes), cuando fueron instalándose grandes naves de producción avícola para atender nuestra demanda cada vez mayor de huevos y carne de pollo, las condiciones de vida de estas pobres aves se volvieron particularmente penosas y crueles. No sólo se las condenó a vivir hacinadas a millares en el interior de esas espantosas construcciones, en un ambiente sucio e insano, sino que encima, para que produjesen más y más, se las sometía a una iluminación artificial permanente que las mantuviese activas durante las 24 horas del día. No sé a ustedes, que me están leyendo, pero a mí esto me parece de una crueldad infinita, un auténtico infierno.

Por fortuna, a lo largo de los últimos años ciertas explotaciones avícolas han suavizado estas condiciones tan extremas, en paralelo a una mayor sensibilización de los consumidores en lo que concierne al bienestar animal. Se están valorando más los huevos procedentes de granjas de gallinas «criadas en el suelo», no en jaulas, y/o en régimen de «semilibertad», con acceso al aire libre. Es un cambio de tendencia esperanzador y positivo, pero sospecho que todavía hay que mejorar muchas cosas. Aún siguen existiendo granjas industriales del tipo anterior, en las que estas aves malviven enjauladas y en condiciones miserables. En cuanto a las nuevas granjas, habría que investigar y controlar que, en efecto, las gallinas no sufran y se mantengan siempre en unas condiciones verdaderamente aceptables. No cabe duda de que las gallinas más felices son aquellas que se crían en granjas familiares de aldeas o pueblos pequeños, en contacto con el campo y la naturaleza, y siempre que dispongan, claro está, de un espacio amplio, al aire libre y sobre tierra natural. ¡Ah, y los huevos de éstas son siempre de mayor calidad!

Ciertamente, todo lo expuesto es extensible a las demás especies animales que criamos en granjas y de las que nos aprovechamos intensivamente: pavos, ocas, conejos, corderos, cabras, cerdos, vacas, etc. Sirva este modesto artículo para contribuir de algún modo a fomentar el bienestar de todos estos animales que mantenemos en cautividad, minimizando o limitando los criterios de explotación puramente económicos. Pensemos que ellos, las gallinas y los demás seres vivos mencionados, nos dan mucho, entre otras cosas su propia vida.

Dejemos de ser crueles. Es de justicia natural.

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