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A PROPÓSITO DE DONALD TRUMP

Republican presidential candidate Donald Trump speaks to supporters as he takes the stage for a campaign event in Dallas, Monday, Sept. 14, 2015. (AP Photo/LM Otero)

          En esta semana que ahora concluye, el mundo entero se ha visto sacudido por la sorprendente elección del candidato republicano Donald Trump como próximo presidente de los Estados Unidos de América. La inmensa mayoría de la gente, tanto aquí en España como en el resto del planeta, se ha quedado boquiabierta, cuando no directamente escandalizada, ante el hecho de que un personaje tan atípico y controvertido como Trump tenga ya abiertas las puertas de la Casa Blanca y esté a punto de dirigir los destinos de la nación más poderosa del planeta. Sus posicionamientos radicales y rupturistas, sus declaraciones a menudo grotescas, sus comentarios sexistas y machistas, sus ataques verbales a todos los rivales (señora Clinton incluída), nos hacen temer cualquier cosa durante los próximos años que dure su mandato. De momento, la incertidumbre es lo único seguro que tenemos al respecto, si se me permite esta figura literaria (¿un oxímoron?).

          No obstante, hay algo que sí sabemos acerca de los motivos de tan singular elección por parte del electorado norteamericano. Según parece, el señor Trump ha conectado con una gran masa de gente, mayoritariamente personas blancas de la América interior y profunda, descontentas y preocupadas con fenómenos como la globalización, la invasión de productos extranjeros (muchos procedentes de China), un cierto estancamiento económico (muy relativo en el caso de los EE.UU.), y el flujo masivo y constante de inmigrantes procedentes de la América de habla hispana. Está claro que mucha gente ve todo ello como una amenaza a sus esencias, identidad y forma de vida. Ese descontento y esa desconfianza crecientes por parte de gran cantidad de ciudadanos, unidos a otros factores, entre los que yo destacaría cierto grado de desconocimiento del mundo exterior y un recelo innato hacia cuanto signifique progreso cultural y social, han despertado el entusiasmo de mucha gente, que ven a Donald Trump como «alguien de los suyos», una persona que les habla en su mismo lenguaje.

          Pero no quisiera referirme por el momento más al presidente electo USA ni a los norteamericanos, sino a lo que sucede aquí, en Europa y en España. Ya que hemos hablado de descontento y desapego, estoy convencido de que a este lado del Atlántico tenemos muchos más motivos de peso para estar inquietos y enfadados con la situación económica, laboral y social. En efecto, los ciudadanos europeos, y muy especialmente los españoles (por no hablar de los griegos, portugueses, etc.), estamos padeciendo graves y profundos problemas que la política «convencional» se muestra incapaz de afrontar y responder de modo satisfactorio. Echemos un rápido vistazo:

  • Hace ya más de 8 años tuvo lugar una crisis de ámbito global, provocada por los excesos del sector financiero. Dicha crisis se agravó en España al coincidir con el estallido de la burbuja inmobiliaria y el derrumbe del sector de la construcción. Sin embargo, después de todo este tiempo, lo único claro al respecto es que estamos siendo las clases medias y trabajadoras las que seguimos pagando en exclusiva las consecuencias de aquel desastre. Y parece que lo vamos a seguir haciendo durante un tiempo indeterminado, quizás ya de forma permanente. Las élites económicas y financieras han salido reforzadas, pero en cambio nuestros salarios han bajado de manera dramática, y las prestaciones de tipo social y asistencial a las que teníamos todo el derecho del mundo han quedado seriamente dañadas y mermadas. El empleo se ha vuelto más y más precario, y el futuro de nuestros jóvenes se ha tornado muy sombrío.
  • La gran crisis ha venido a unirse a otros fenómenos, como la globalización, la deslocalización, el creciente e imparable automatismo de los procesos productivos, la robotización, etc., que amenazan y destruyen empleo aquí y en muchos países de nuestro entorno. El trabajo humano y su remuneración está en franca recesión.
  • Por su parte. la población de ciertos países menos desarrollados (Oriente próximo y Africa) crece de forma incontrolada y huye hacia nuestras fronteras del sur y del este europeos. Y este fenómeno muy posiblemente seguirá creciendo en el futuro inmediato hasta hacerse insoportable, porque no se trata sólo de las guerras y conflictos que sufre ahora parte del mundo árabe (en particular Siria e Irak), sino que ciertas regiones del África subsahariana padecen una vigorosa explosión demográfica (el caso de Nigeria es extremo), junto con una enorme pobreza, inseguridad y ausencia de estados firmes y democráticos.

          ¿Y qué respuestas nos ofrecen nuestros gobiernos? Nada. Ninguna. Sólo la de seguir ahogándonos en vida invocando la necesidad ineludible de controlar el déficit público, lo que no evita por cierto que la deuda externa (como es el caso de la española) siga creciendo hasta alcanzar unas dimensiones que la convierten en virtualmente impagable.

          En definitiva, y ya termino, seguramente tenga yo muchas razones para temer a Donald Trump, pero la verdad es que me dan más miedo personajes mucho más cercanos como la canciller alemana Angela Merkel, su hiper-rígido ministro de finanzas Wolfgang Schäuble, el presidente de la Comisión Europea Jean-Claude Juncker, el comisario de Asuntos Económicos Pierre Moscovici, así como todos sus obedientes y fieles «peones» que componen el actual gobierno conservador de España. No podemos olvidar que a un país hermano como Grecia la han hundido en la miseria y la desesperanza entre todos ellos.  Y nosotros no estamos mucho mejor. No somos Alemania, ni Dinamarca, ni Suiza, ni Noruega, ni Suecia, ni Holanda.

          Que cada cual saque sus propias conclusiones.