LAS FUENTES DEL NILO: LA GRAN AVENTURA DE BURTON Y SPEKE

Burton y Speke - the film

          El Nilo es un río extraordinario, y no sólo por su enorme longitud, de unos 6.750 km (de acuerdo con las últimas mediciones, lo que lo convierte en el más largo del mundo), sino por ser un auténtico milagro de la Naturaleza. Resulta asombroso que una caudalosa corriente de agua que nace en el corazón del Africa negra, en las orillas del gran lago Victoria, en Uganda, siga precisamente esa ruta casi invariable hacia el norte, atraviese extensos territorios de Uganda y Sudán del Sur, se disipe en un extensísimo e impracticable laberinto pantanoso (el Sudd), prosiga hasta Jartum, donde recibe las aguas de su último gran afluente, el Nilo Azul, se interne en los desiertos de Nubia y Libia y continúe fluyendo incansable por los secos territorios de Sudán del Norte y Egipto, aportando vida y verdor a su paso, hasta su desembocadura final en el Mediterráneo, entre Alejandría y Port Said. Un auténtico capricho de la Naturaleza que, entre otras cosas, posibilitó que hace más de 5.000 años naciera en las orillas de su curso bajo la civilización egipcia, que aún hoy nos sigue hechizando con su arte, su historia, su maravillosa arquitectura, su mitología y su misterioso lenguaje de jeroglíficos. Las aguas del gran río obraron el milagro, aportando una imprescindible fecundidad a las tierras que lo bordean.

          Pero el Nilo es también, o al menos lo ha sido hasta no hace mucho tiempo, un río misterioso. Durante cientos, miles de años, guardó celosamente el secreto de su origen. La ubicación exacta de las Fuentes del Nilo fue durante muchísimo tiempo una incógnita que absorbió la mente y la imaginación del hombre. Aparentemente, nadie había logrado descifrar el misterio y llegar hasta su nacimiento, documentándolo de manera fehaciente. Los grandes obstáculos naturales, como las famosas cataratas con las que se topaban quienes intentaban navegar corriente arriba desde el Alto Egipto, y la increíble longitud del poderoso río hacían siempre fracasar cualquier intento de expedición en busca de su origen. Hay que citar, no obstante, lo que pudiera interpretarse como el indicio de una excepción a lo que acabo de exponer. En efecto, el astrónomo y geógrafo griego Ptolomeo(siglo II d.C.) dejó un mapa del curso fluvial en el que aparecían dos grandes lagos en el interior del continente africano, de los que supuestamente nacía el Nilo, y en los que, a su vez, se vertían las aguas procedentes de las nieves fundidas que cubrían una alta cordillera, bautizada por él mismo con el nombre de montañas de la Luna. Diecisiete siglos después, se pudo confirmar la veracidad de dicho mapa, identificando los dos lagos como el Victoria y el Alberto, así como la misteriosa cordillera, que no es otra que la de Ruwenzori, entre Uganda y la R.D. del Congo. ¿Cómo pudo llegar a saber Ptolomeo estos datos, que el tiempo demostraría mucho después que eran reales? ¿Casualidad o certeza? ¿Hubo ya en la antigüedad una expedición que verificase la existencia de estos accidentes geográficos, orígenes del gran río? Esto aún constituye un misterio por descifrar.

Río Nilo - 2

        Con todo, hubo que esperar hasta la segunda mitad del siglo XIX para que un explorador británico comprobase de manera indiscutible el lugar exacto del nacimiento del misterioso río Nilo. Y con ello llegamos a la gran expedición de Richard F. Burton y John H. Speke, que intentaré resumir con la mayor concisión posible, a fin de mantener en todo momento la atención y el interés del lector. De cualquier modo, el relato de su viaje es absolutamente fascinante. Para mayor detalle, recomiendo acudir al estupendo libro de mi admirado escritor Javier Reverte, titulado «El sueño de Africa», el primero de una serie de excelentes trabajos literarios sobre el continente africano, y que guardo en casa como un tesoro. También recomiendo la película «Las montañas de la Luna» (Mountains of the Moon), una interesantísima producción norteamericana de 1990, no muy conocida en España, dirigida por Bob Rafelson, que narra la aventura de ambos exploradores con bastante fidelidad. La fotografía que encabeza este artículo pertenece precisamente al mencionado film (en color, por supuesto).

          Richard Burton y John Speke compartían el hecho de haber sido oficiales del ejército británico y haber prestado servicio en la India. En todos los demás aspectos, eran dos personalidades completamente opuestas: extrovertido, culto, políglota, buen comunicador, carismático y gran escritor el primero, mientras que el segundo era mucho más reservado, apenas se manejaba en otro idioma que no fuera el suyo, carecía de dotes para la escritura, aunque dibujaba muy bien y, sobre todo, era un hombre extraordinariamente tenaz y escrupuloso a la hora de comprobar los hechos. Ambos, pese a todas sus diferencias, tenían en común el mismo sueño: hallar las enigmáticas fuentes del Nilo. Con el apoyo y la financiación de la Royal Geographical Society de Londres, se organizó la expedición, la cual partiría, por consejo y decisión del propio Burton, desde las costas africanas del Índico, frente a Zanzíbar, en lugar de seguir la ruta tradicional de remontar el propio curso del río desde Egipto. El 17.06.1857 y desde Bagamoyo (costa de Tanzania), en palabras del propio Javier Reverte, dio comienzo «uno de los viajes más ambiciosos de la Historia y una de las expediciones más románticas que ha emprendido el hombre». Partieron con un numeroso grupo de porteadores, esclavos y soldados indígenas, en total más de 130 hombres, y se internaron hacia el oeste, siguiendo una ruta ya frecuentada por las caravanas árabes de esclavos. No obstante, el viaje fue lento, largo y muy penoso, por culpa de las numerosas deserciones, los robos, el cansancio y las enfermedades, que en varias ocasiones estuvieron a punto de acabar con sus vidas. Casi 5 meses despúes, en noviembre, llegaron a Tabora (más o menos en el centro de la actual Tanzania), un punto neurálgico del tráfico de esclavos y marfil, controlado por mercaderes árabes y situado a unos 700 kilómetros del punto de partida. Allí se detuvieron varias semanas, descansando y reponiéndose de sus heridas y enfermedades.

          A mediados de diciembre de 1857, reemprendieron el camino, adentrándose más en el interior de Africa, siempre hacia el oeste. De nuevo, los problemas de salud continuaron cebándose con ellos, hasta que un día, casi vencidos por el agotamiento y las infecciones, desde lo alto de una colina divisaron en la lejanía una franja plateada. Era el 14.02.1858, ocho meses después de su partida desde la costa del Índico, y se habían encontrado con el lago Tanganika. De inmediato, Richard Burton tuvo casi la certeza de que habían llegado al fin a su destino, dando por sentado que el río Nilo fluía desde aquel gran lago. Por su parte, John Speke, muy debilitado y momentáneamente casi ciego, debido a una grave infección ocular, no se mostró tan convencido, al menos hasta que no se explorase debidamente el contorno de aquella extensión de agua. Intentaron, pues, recorrerlo en canoa, siguiendo la línea costera oriental hacia el norte, pero por diversas dificultades y contratiempos, no pudieron finalizar su exploración. Los indígenas les habían informado de la existencia de un río en la parte septentrional del lago, pero advirtiendo que aquél vertía sus aguas en el lago, y no al revés. Este testimonio, sin embargo, no pareció importarle a Burton, quien cada vez se reafirmaba más en su tesis de hallarse ante el verdadero origen del Nilo. De cualquier modo, dado que se encontraban en muy malas condiciones y al borde de la extenuación, ambos acordaron dar por finalizado su viaje y emprender el regreso. En aquellos momentos, las relaciones personales entre ambos exploradores se habían deteriorado casi por completo, debido a lo opuesto de sus temperamentos y a su gran discrepancia de criterios.

          De vuelta a Tabora, donde descansaron de nuevo y repusieron fuerzas, oyeron hablar de otro gran lago, situado al norte de donde se encontraban, al que los indígenas de la región denominaban Nyanza (lago, en realidad). Speke, que estaba convencido de que el Tanganika no era lo que estaban buscando, se separó temporalmente de su compañero, que permaneció en Tabora, y emprendió una larga incursión en solitario que le llevó, por fin, a las orillas meridionales del nuevo lago, al que bautizó con el nombre de Victoria, en honor de la reina de Inglaterra. Aunque no tuvo tiempo ni medios para comprobarlo, enseguida tuvo el presentimiento de que aquella inmensa extensión de agua sí era el origen del Nilo. Volvió a Tabora a reunirse con Burton y, ya juntos, afrontaron la última etapa de su viaje de regreso, hasta Zanzíbar. Como bien describe Javier Reverte en su magnífico libro, «El sueño de Africa», la compañía entre ambos era por estricta conveniencia, pues su relación era pésima. Nada más poner pie en la isla de Zanzíbar, a donde arribaron el 04.03.1859 (tras casi 2 años de vicisitudes por el interior de Africa), Speke se embarcó en solitario hacia Inglaterra. Cuando llegó a Londres, contraviniendo el acuerdo al que había llegado expresamente con su compañero de expedición, se puso de inmediato en contacto con la Royal Geographical Society, informando de sus viajes y conclusiones. Cuando Richard Burton desembarcó en la capital inglesa, unas dos semanas después, se encontró con la desagradable sorpresa de que Speke le había arrebatado todo el protagonismo y ya era considerado como el descubridor del Nilo. Corría el mes de mayo de 1859.

          De todas formas, y dado que todavía, y pese a todas las evidencias, no se había documentado y verificado el origen exacto del gran río africano, el propio John Speke consiguió organizar una segunda expedición un año después, esta vez con una mayor financiación de la R.G.S y con el apoyo expreso del Foreign Office. El descubrimiento del nacimiento del río y la determinación precisa de su curso completo habían adquirido un sentido estratégico, comercial y militar para el Imperio Británico, independientemente de su puro valor geográfico. En esta ocasión, Speke se hizo acompañar por otro oficial, el capitán James A. Grandt, asegurándose previamente de su fidelidad y de que en ningún momento le pudiera robar el protagonismo y el éxito de la expedición. Siguieron la misma ruta inicial del primer viaje pero, al llegar de nuevo a Tabora, se dirigieron expresamente hacia el norte, hasta alcanzar la costa meridional del lago Victoria. Speke iba ya a tiro hecho, con resuelta determinación. Bordearon el inmenso lago por su orilla occidental, hacia el norte, y en febrero de 1862 lograron ser recibidos por el poderoso rey (kabaka, en lengua nativa) Mutesa I, soberano de Buganda. En la corte de este monarca, Speke fue informado de lo que ya sospechaba, es decir, que no muy lejos de allí, un gran río fluía desde el lago  en dirección norte. Poco tiempo después, acompañados por guías, Speke y Grandt partieron de Buganda en busca de su ansiado objetivo. Antes de alcanzar su destino, Speke decidió mandar a Grandt hacia el norte, mientras él proseguía su búsqueda en solitario de las esquivas fuentes. Acordaron reunirse después, río abajo, como así sucedería varias semanas más tarde, pero estaba claro que el quería la gloria del descubrimiento para sí mismo, sin que nadie le hiciese sombra. Vivió un momento emocionante cuando en plena selva se topó con una poderosa corriente de agua, en la que pululaban hipopótamos, cocodrilos y diversa fauna salvaje: el río Nilo, ya sin lugar a dudas. Lo siguió curso arriba, hacia el sur, y unos días después, el 28 de julio de 1862, dio finalmente con el lugar exacto en el que el legendario y fabuloso río se desbordaba desde el mismo lago Victoria, por medio de un salto de agua de escasa altura. Bautizó el sitio como Ripon Falls (Cataratas Ripon), en honor de uno de los miembros más destacados y entusiastas de la R.G.S. Las fuentes del Nilo ya habían sido descubiertas por un explorador europeo de la Edad Contemporánea.

Murchison Falls, en el primer tramo del río Nilo, entre los lagos Victoria y Alberto (Uganda).

Murchison Falls, en el primer tramo del río Nilo, entre los lagos Victoria y Alberto (Uganda).

         En contra de lo que pudiera parecer, y a pesar del valiosísimo testimonio aportado por John H. Speke, el debate científico sobre el origen del Nilo no se cerró, sino que al regreso de éste a Londres renació una agria disputa en el seno de la R.G.S. Allí le esperaba su enemigo número uno, Richard Burton, quien, tras oir la descripción del segundo viaje y los nuevos descubrimientos de Speke, hizo todo lo posible por rebatir sus conclusiones, arrojando todo tipo de dudas acerca de su veracidad. Pese a estar profundamente equivocado, Burton era un consumado orador y polemista, y puso contra las cuerdas al bueno de Speke. Por desgracia, éste último, por una amarga ironía del destino, sufrió a los pocos días un desgraciado accidente con una escopeta de caza y murió, sin haber podido zanjar por completo la disputa con su antiguo compañero y ahora enemigo declarado. Aún tuvieron que transcurrir 13 años más hasta que otro mítico explorador  africano, Henry Morton Stanley (el protagonista de su famoso encuentro con Livingstone) explorase concienzudamente los lagos Tanganika y Victoria y certificara de manera definitiva el nacimiento del Nilo Blanco en la orilla septentrional del Victoria, en Ripon Falls, con lo que el descubrimiento de John H. Speke quedaba plenamente ratificado.

Nota complementaria:  El llamado Nilo Blanco, al que me he referido en todo este artículo, es la corriente con mayor longitud del conjunto de la cuenca nilótica y, por tanto, a la que se puede considerar con rigor el Nilo auténtico. De todas formas, como muchos sabrán, existe también el Nilo Azul, que se une al Nilo Blanco en Jartum (Sudán), aporta también un importante caudal y procede de las tierras altas de Etiopía, en concreto del lago Tana. Se da la circunstancia de que el descubrimiento de su propio origen, por parte de un europeo, se atribuye al jesuita español Pedro Páez (siglos XVI y XVII), que permaneció bastante tiempo en la corte de los reyes de Etiopía, dedicado a tareas de evangelización. Sus interesantísimas peripecias están también recogidas en otra obra de Javier Reverte, «Dios, el diablo y la aventura».

Confluencia del Nilo Blanco (izquierda) con el Nilo Azul en Jartum (Sudán).

Confluencia del Nilo Blanco (izquierda) con el Nilo Azul en Jartum (Sudán).

 Mapa río Nilo

3 responses to this post.

  1. Las aguas continentales, los ríos y los lagos, son un regalo de la Naturaleza. No es ningún tópico reafirmar que constituyen una fuente de vida. Las corrientes de agua modelan y transforman el paisaje, lo reverdecen y embellecen. En sus riberas y proximidades, la vida vegetal y animal prolifera, proporcionando sustento al ser humano que habita junto a ellas. El hombre antiguo supo reconocer sabiamente esta virtud extraordinaria de los ríos, y aprendió a respetarlos desde el primer momento. Incluso en muchas civilizaciones se los deificó, como signo máximo de reconocimiento.
    Por desgracia, el hombre moderno, a partir de la Revolución Industrial y de modo especialmente devastador a partir de la segunda mitad del siglo XX, ha maltratado a sus ríos y lagos (y también a los mares, por desgracia), convirtiéndolos en alcantarillas a las que arroja todo tipo de desperdicios y desechos. La polución y degradación de las aguas es una de las grandes catástrofes de nuestro tiempo. Si no reaccionamos a tiempo y de modo contundente, terminaremos viviendo en un inmenso basurero y nuestros ríos acabarán convirtiéndose de manera irreversible en lastimosas y apestosas cloacas.
    Es imprescindible cambiar radicalmente nuestro modo de vida y nuestros sistemas a la hora de deshacernos de los residuos. Tenemos que volver a mirar con respeto nuestros ríos y corrientes de agua, desde los cursos fluviales más significativos del planeta, como el propio Nilo, el Amazonas, el Congo, el Mississippi, el Yang Tsé, el Mekong, el Ganges, el Volga o el Danubio, hasta los más modestos y pequeños riachuelos que serpentean por nuestras secas tierras castellanas, andaluzas, levantinas o catalanas. Volvamos nuestros ojos hacia ese milagro de la Naturaleza y hagamos todo lo posible por asegurar su limpieza y su dignidad.

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  2. Posted by mad on 20 May, 2015 at 2:14

    Y pensar que un Jesuita español las descubrió y nadie lo da importancia ….

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    • Como refiero al final de mi post, efectivamente, el jesuita español Pedro Páez tuvo el honor de ser el primer europeo en descubrir el origen del Nilo Azul. Por lo que yo sé, el único escritor actual en lengua española que lo ha reconocido y hecho público es Javier Reverte, en uno de sus libros «africanos». Como suele ocurrir con muchos de los grandes hombres y mujeres de nuestra historia, el valor de su hazaña ha quedado prácticamente en el olvido durante siglos. No acostumbramos a tratar bien a nuestros compatriotas de verdadera valía.

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