DEPRESIÓN PRE-ELECTORAL

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          Habrá quien se sorprenda por el más bien poco esperanzador título de este artículo, pero es que corresponde a mi estado de ánimo en estas semanas previas a las nuevas elecciones generales del próximo 26 de junio. Trataré de explicarme y espero que al final de estas líneas el lector comprenda al menos las razones que rondan por la cabeza de quien esto suscribe.

          Lo que se ha visto y oído durante estos casi seis meses de lo que va de año, tras conocerse los resultados de los comicios del 20.12.15, nos da una idea bastante acertada del actual estado de nuestra política, así como de lo que podemos esperar de ella en el futuro inmediato. Por supuesto, las últimas encuestas de intención de voto son decisivas a la hora de formarnos una opinión. Para bien o para mal, el tradicional modelo bipartidista español se ha quebrado y ha quedado sustituido por un escenario en el que cuatro formaciones políticas se disputan su presencia parlamentaria, si bien no de una manera suficientemente armónica y equitativa. Veamos por qué.

Una rápida ojeada a los principales partidos de ámbito nacional

          El Partido Popular del señor Rajoy, a pesar de haberse convertido por derecho propio en sinónimo y paradigma de la corrupción en este país, y también pese a haber sometido a la sociedad española en la pasada legislatura a un severísimo castigo en términos de renta, bienestar, seguridad, derechos y perspectivas de futuro, continúa en una posición preeminente sobre el resto de los partidos. Ha sufrido desgaste, desde luego, que se ha traducido en la pérdida de la mayoría absoluta (¡menos mal!), pero ahí se ha quedado la cosa, y aún tiene asegurados los votos de unos 7 millones de españoles, que siguen siendo muchos. Me gusta pensar en ello como una anomalía de la política española, aunque lo cierto es que se trata de un pobre consuelo.

          La formación Ciudadanos, presidida por Albert Rivera, surgió como una alternativa bastante esperanzadora en el espacio de centro-derecha, que tenía la gran ventaja (en comparación con el PP) de no estar contaminada por la corrupción y no ser tampoco heredera de la casposa ideología neofranquista que continúa fluyendo abundantemente por las venas del gran partido conservador que preside Mariano Rajoy. En líneas generales, el partido de Albert Rivera se ha mostrado dialogante y propenso a llegar a pactos constructivos, al menos con las fuerzas situadas en su vecindad más inmediata, a izquierda y derecha. Con el PSOE de Pedro Sánchez firmó el pasado mes de marzo un acuerdo ampliamente detallado que podría haber sido la base de una nueva manera de hacerse las cosas desde el gobierno, bien distinta a la ofrecida por el equipo de Mariano Rajoy. Sin embargo, estas buenas intenciones y este talante no le han sido de mucha utilidad al señor Rivera, a juzgar por las encuestas, puesto que lejos de crecer, las previsiones de voto le dan incluso menor presencia parlamentaria tras el 26 de junio. Bastante curioso, la verdad.

          El Partido Socialista Obrero Español, con Pedro Sánchez al frente, también ha mostrado sentido de la responsabilidad y capacidad de diálogo, si bien ha fijado nítidamente su voluntad de no colaborar con el PP de Mariano Rajoy -por pura coherencia, a mi modo de ver-. Tampoco ha querido ceder a los cantos de sirena que le lanzaban desde Podemos, cuyas exigencias para formar un gobierno conjunto juzgaban demasiado ambiciosas. Con independencia de los vetos que se han puesto entre sí todas las formaciones políticas (básicamente entre Ciudadanos y Podemos, o entre el PSOE y el PP), que imposibilitan casi cualquier acuerdo de gobierno, debo decir que el PSOE sigue sufriendo el castigo del electorado por la mala gestión del último gobierno de Zapatero, de cuyo recuerdo colectivo aún no se ha recuperado. Hay herencias que pesan como una auténtica losa, aunque las decisiones que tomaría después el nuevo ejecutivo conservador resultasen infinitamente más duras y lesivas para la sociedad española que las adoptadas por el último gobierno socialista. Compárense si no las reformas laborales respectivas de unos y otros. Y aún hay otro factor clave que no ayuda mucho a la recuperación del crédito por parte de la actual ejecutiva socialista, y es el liderazgo continuamente discutido de Pedro Sánchez, por parte precisamente de algunos de sus principales compañeros de partido. Este débil apoyo al Secretario General, a medias, provisional y con condiciones, está perjudicando de una manera muy sensible al Partido Socialista. Y da la impresión de que no se percatan.

          Por último, me referiré brevemente a la formación Unidos-Podemos, liderada por Pablo Iglesias. Al contrario de lo que ocurre con PSOE y Ciudadanos, los sondeos de opinión otorgan a esta formación más apoyos que en las elecciones del 20D, hasta el punto de que se da por hecho un sorpasso al propio PSOE, que quedaría relegado al puesto de tercera fuerza política. Pero, ¿sería esto bueno para el país? Personalmente, lo dudo, puesto que lo veo como una polarización del espectro político, con un mayor peso de las dos fuerzas más extremas y antagónicas, en detrimento de PSOE y C’s, que vienen a representar el centro político actual. La formación de Pablo Iglesias aporta muchas y buenas ideas nuevas a la política española, y estoy convencido de que su presencia es necesaria en el parlamento, ahora y en el futuro, como contrapeso y neutralización de las posiciones más neoliberales y conservadoras. Pero creo que le falta cohesión interna (hay muchos movimientos y opiniones distintas dentro de este partido, ahora fusionado también con Izquierda Unida, que no siempre concuerdan) y un cierto barniz de moderación en gestos y actitudes, cualidades necesarias para una fuerza que aspira a gobernar.

          La cuestión es que, con estos actores políticos, tan distintos entre sí y cargados de tantos condicionamientos y prejuicios previos, la gobernabilidad va a seguir siendo muy complicada después de las nuevas elecciones.

¿Qué podemos esperar tras el próximo 26 de junio?

          Llegados a este punto, como decía, uno no puede dejar de preguntarse si con estos mimbres las cosas realmente pueden cambiar a mejor, habida cuenta de la desconfianza que cada formación política, con razón o sin ella, inspira en todas las demás. Al Partido Popular se le llena la boca condenando las líneas rojas y los vetos que interponen los demás (se refieren al PSOE fundamentalmente) con respecto a lo que ellos mismos han bautizado como «gran alianza», en la que dan por hecho que también podría entrar Ciudadanos. Pero en realidad lo que están exigiendo es una adhesión incondicional a su propia política. El PP cree firmemente que su proyecto, que no es sino una continuación del desarrollado en el periodo 2012-15, es el mejor, más bien el único posible, razón por la que no debe tocarse en sus líneas maestras. En cualquier caso, tan sólo admitirían pequeños retoques de maquillaje para contentar a sus posibles socios.

          En resumidas cuentas, con el PP de líder al frente de un nuevo gobierno, nos esperaría más de lo mismo con respecto a los cuatro últimos años: nuevos y duros ajustes presupuestarios para cumplir lo más fielmente posible con los objetivos fijados por Bruselas, aderezados con un programa político y social conservador y retrógrado. La perspectiva no es nada risueña, desde luego. Es muy posible que, de darse esta eventualidad, el PP contase con el apoyo explícito de Ciudadanos, ya que Albert Rivera se sentiría muy presionado a favorecer la gobernabilidad al precio que fuese. La incógnita es qué haría el PSOE en caso de que Mariano Rajoy recibiese el encargo expreso de formar gobierno. Pienso que lo más sensato por parte de los socialistas sería la abstención, es decir, un apoyo puramente pasivo, puesto que un voto favorable (entrando o no en el nuevo gobierno) supondría un suicidio político casi definitivo para los de la calle Ferraz.

          Descartado a priori un gobierno de centro, cimentado sobre el núcleo PSOE-Ciudadanos, dado que las encuestas apuntan aún a bastantes menos escaños que los 130 actuales que suman ambas formaciones, la otra opción que se perfila en el horizonte es la de un gobierno de izquierda radical, liderado por Pablo Iglesias, quien se situaría ahora en una posición de ventaja en relación con el PSOE. Desde la perspectiva del socialista Pedro Sánchez, la posibilidad de formar un gobierno con Unidos Podemos (entrando en él en minoría) se me antoja muy difícil de aceptar.  Son muchos los riesgos que se asumirían, mucha la inertidumbre que habría que afrontar, y muchas también las posibilidades reales de no entendimiento y fracaso final. El partido de Pablo Iglesias, al que se ha adherido recientemente el grupo de Alberto Garzón (Izquierda Unida), tiene una imagen demasiado radical y despierta muchos recelos en amplias capas de la sociedad, por no hablar del ámbito empresarial y económico. Yo mismo tengo mis dudas de que los de Pablo Iglesias estén preparados para gobernar este país con un mínimo de moderación y prudencia sin romper demasiados platos en el camino, por expresarlo en términos figurados. Quizás peque de demasiado conservador por expresar esto. Sinceramente, ojalá me equivoque y la realidad futura eche por tierra mis dudas y prejuicios con respecto a Unidos Podemos.

          Al final de todas estas disquisiciones, este servidor de ustedes llega … a ninguna parte. Percibo una radicalización de posturas, una clara negativa a suavizar y aproximar posiciones, así como un atasco político e institucional. De ahí el título que he puesto al presente artículo. Pese a todo, no quiero finalizarlo sin dejar un leve resquicio a la esperanza. Al fin y al cabo, aún no está todo dicho, faltan las elecciones propiamente dichas, y pudiera ocurrir que la correlación de fuerzas resultante se configure de un modo distinto a lo que pronostican los sondeos de opinión. Veremos.

Ya para acabar, ahí dejo este llamamiento casi desesperado:

Señor don Mariano Rajoy Brei, por el bien de España y de los españoles, ¡márchese ya a su casa! En compensación, yo mismo me comprometo a solicitar al Excmo. Ayuntamiento de su Pontevedra natal que revisen su caso y tengan a bien retirarle la calificación de «persona non grata». Palabra. ¡Pero váyase ya, por favor, y deje de bloquear el progreso de este país!

 

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