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ESPAÑOLES: ¿ORGULLOSOS O AVERGONZADOS DE SERLO?

Tribuna de personalidades asistentes al desfile militar en Madrid el día 12 de octubre de 2016.

Tribuna de personalidades asistentes al desfile militar en Madrid el día 12 de octubre de 2016.

          Hace apenas un mes, el pasado 12 de octubre,  celebrábamos en España la Fiesta Nacional o Día de la Hispanidad. Con motivo de ella se manifestaron en los medios y redes sociales de nuestro país numerosas opiniones, a menudo fuertemente dispares y encontradas. Frente a las voces que, siguiendo una inercia que proviene de muchas décadas atrás, no dudan en reiterar su particular idea del patriotismo y su orgullo inquebrantable por defender supuestos valores tradicionales de la nación española, surgen con fuerza otras opiniones bien distintas, que ponen en tela de juicio todo ese conjunto de valores y se muestran incómodas ante la reiterada exhibición de la bandera nacional, los desfiles militares, los actos oficiales, y la propia celebración. Si bien en esta dicotomía de pensamientos se ha introducido ahora como nuevo factor de discusión la muy diferente valoración que se hace del papel histórico de España en América (conquista, invasión, destrucción de antiguas civilizaciones, evangelización forzosa, expolio de riquezas, imposición de nuevas leyes y costumbres), en el fondo tenemos que reconocer que el concepto central de patriotismo español se entiende de muy distinta manera según la ideología y la forma de pensar de cada uno.

          El 05.05.2011 yo mismo publicaba en este blog un artículo, LOS LASTRES DE LA DERECHA POLÍTICA ESPAÑOLA, en el que apuntaba algunas de las causas que explican que el sentimiento de los españoles ante la idea de Patria sea tan diferente e incluso antagónica entre nosotros mismos. Principalmente, señalaba en aquel post (que sigue a disposición de cualquiera) que la derecha política de nuestra nación se ha apropiado, de una manera muy descarada, por cierto, de los símbolos del Estado, la bandera, el himno y la propia idea de España. Y esto no es más que una continuación prácticamente ininterrumpida de la forma de pensar impuesta por las élites -y seguida por la mayoría del sumiso y apolítico pueblo llano- que veíamos durante el franquismo. En este sentido, poco o nada ha cambiado con el advenimiento de la democracia. Precisamente, el pasado sábado escuchaba a mi admirado Gran Wyoming, en una entrevista televisada en la Sexta Noche, afirmar que en realidad la Transición política española llevada acabo entre 1976 y 1978 sirvió al régimen anterior (nacido con el golpe de Estado del 18.07.1936) para adaptarse sin apenas costes ni traumas a la nueva legalidad democrática. Es así como el principal partido político de España en estos momentos, el Partido Popular, no es más que un heredero directo del estado franquista. No creo que nadie pueda discutir en serio estos postulados, aunque no guste reconocerlos a casi nadie.

          Nos encontramos, pues, ante una idea de España, de nuestra Patria y los símbolos que la representan de forma oficial, que no agrada a una parte muy significativa de los ciudadanos españoles, entre los que desde luego me incluyo. No deja de ser curioso que no hayamos sido capaces de dar una letra satisfactoria a nuestro himno. Y es que dicha idea no suscita el entusiasmo de quienes se sienten realmente de izquierdas, por su sentido crítico de la Historia, por su valoración de la coyuntura económica (en especial del desigual reparto de la riqueza) y por la constatación de la maltrecha justicia social. Y al mismo tiempo fomenta el rechazo de gran parte de quienes viven en comunidades «históricas» como Cataluña y Euskadi, que tienen otra sensibilidad y rechazan frontalmente el nacionalismo español tradicional, centralista, desfasado y encerrado en sí mismo, del que hacen gala muchos conservadores españoles que se identifican sin fisuras con el Partido Popular. Por cierto, son estos mismos españoles los que no dudan en envolverse en la bandera rojigualda cuando salen a la calle a defender sus particulares ideas, FRENTE a todos los demás, a los que parecen considerar «malos españoles» y/o enemigos de la Patria. La apropiación excluyente del concepto de patria y de sus símbolos por una parte de la sociedad constituye un grave problema, a mi modo de ver. En primer lugar, porque dificulta extraordinariamente la identificación de muchos ciudadanos con un concepto de patria satisfactorio y por el que realmente merezca la pena luchar y trabajar. Y en segundo lugar, a consecuencia directa de lo anterior, porque tal actitud frentista no hace más que exacerbar el antagonismo y la sensación de desarraigo por parte de muchos ciudadanos de otros territorios peninsulares,  que optan por su propio nacionalismo porque piensan que se sentirían más cómodos en un hipotético Estado independiente, alejados de los manejos y la influencia de esa oligarquía particular que viene gobernando España  desde muchas décadas atrás, con democracia o sin ella.

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          De España no me atraen particularmente sus gestas militares (por cierto, muy alejadas ya en el tiempo), ni aquel Imperio «donde no se ponía el Sol», ni su férrea defensa del catolicismo, representada por la Inquisición y la secular intolerancia por parte de las autoridades eclesiásticas a todo cuanto significase ideas nuevas, modernidad, refinamiento y adelantos científicos.

          Ni que decir tiene que me disgusta sobremanera la sucesión de pronunciamientos y asonadas militares que se reprodujeron a lo largo del siglo XIX y continuaron en el XX, que culminaron en la gran tragedia nacional que supuso la Guerra Civil Española. De alguna manera siniestra, los fracasos del ejército español en el exterior parecen haber discurrido en paralelo a una perversa utilización de las fuerzas armadas para reprimir y castigar duramente al pueblo, a la sociedad civil, cuando ésta tenía la osadía de protestar contra las injusticias y su precaria situación. Frasecitas históricas de carácter pseudo-patriótico como «más vale honra sin barcos que barcos sin honra» o esa otra de «por el Imperio hacia Dios» me parecen absolutamente lamentables.

          El mismo rechazo me merecen la corrupción, el clientelismo, el caciquismo, la picaresca, la cultura del pelotazo, así como los privilegios eclesiásticos y de la aristocracia. Es intolerable que la educación de nuestros niños y jóvenes haya recaído durante tanto tiempo en la Iglesia Católica,en especial durante el franquismo, y que aún pervive (no lo olvidemos) mediante la Educación Concertada, financiada como bien se sabe con dinero público. He de decir asimismo que me repugnan las corridas de toros, así como cualquier otra manifestación popular o festiva que implique maltrato animal.

          En definitiva, es fácil constatar que aún hoy día subsisten muchas lacras y rasgos distintivos provenientes de lo que podríamos considerar como «viejo régimen», que por cierto se remonta mucho más atrás en el tiempo que el nefasto golpe de Estado perpetrado por el general Franco.

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          Es imprescindible y urgente redefinir el concepto de Patria y fundamentarlo más en un proyecto de futuro que en supuestas viejas glorias del pasado . No puede ser ciertamente un ente abstracto, «sagrado» e intocable, basado en antiguas y discutibles hazañas llevadas a cabo por nuestros antepasados, iluminados -al parecer- por una misión u objetivo trascendente. No, la Patria somos nosotros mismos, las personas que vivimos y trabajamos en este pedazo de tierra, con nuestros anhelos, aspiraciones, necesidades y fatigas diarias. Es la sociedad que formamos todos, naturalmente con las instituciones democráticas que nos hemos dado, que tienen el deber ineludible de garantizarnos seguridad, protección, asistencia y un futuro digno para nuestros hijos. Es el Estado, que ha de estar al servicio de la sociedad civil, y no al revés. Y, naturalmente, es nuestro entorno humano y natural, nuestros pueblos y ciudades, nuestros campos y espacios naturales, que constituyen nuestro patrimonio común (junto con lo cultural y artístico) y que hemos de amar, cuidar y respetar, tanto para nosotros como para las futuras generaciones. Por último, nunca olvidemos que nuestra Patria se inserta en un mundo exterior, dinámico y en continua evolución, formado por multitud de pueblos y naciones, con los que hemos ineludiblemente de interactuar de modo pacífico y constructivo, para beneficio de toda la Humanidad.

          He mencionado muchas cosas que me desagradan de lo que algunos aún consideran inherente al viejo concepto de patria. Es justo nombrar a unas cuantas personalidades de nuestro pasado reciente y nuestro presente a las que considero  ejemplares y que me reconcilian con la comunidad que formamos los españoles. Como sería demasiado prolijo hacer una relación exhaustiva, me tomaré la libertad de mencionar tan sólo una pequeña muestra:

  • Científicos ilustres como Santiago Ramón y Cajal o Severo Ochoa de Albornoz.
  • Médicos prestigiosos como Ignacio y Joaquim Barraquer (padre e hijo) o Valentín Fuster Carulla.
  • Inventores como Isaac Peral, Juan de la Cierva y Codorníu, o Alejandro Goicoechea.
  • Emprendedores y urbanistas como José de Salamanca y Mayol, Ildefons Cerdá i Sunyer, o Arturo Soria y Mata.
  • Pintores como el genial Francisco de Goya y Lucientes (precursor del impresionismo), Mariano Fortuny, Joaquín Sorolla, Ignacio Zuloaga, Julio Romero de Torres, o Antonio López García (actual).
  • Escritores de talento (la lista aquí podría ser interminable), como Benito Pérez Galdós, Miguel de Unamuno, Pío Baroja, Antonio Machado, Angel Ganivet, Miguel Delibes, Camilo José Cela, Rafael Sánchez Ferlosio, Carmen Laforet, Gloria Fuertes, Jose Luis Sampedro, etc.
  • Políticos de la talla de Pablo Iglesias Posse (fundador del PSOE y de UGT), Francisco Giner de los Ríos (creador de la Institución Libre de Enseñanza), Julián Besteiro, Manuel Azaña, o Adolfo Suárez.
  • Mujeres valientes y de gran talla intelectual como Victoria Kent, Clara Campoamor, María Zambrano, o Federica Montseny, luchadoras y defensoras de los derechos de la mujer en tiempos muy difíciles.
  • Buenos y leales militares, defensores hasta el final de la legalidad republicana, como los generales Vicente Rojo y José Miaja.
  • Personas extraordinarias en sus respectivos campos, como el ex-jesuita Vicente Ferrer Moncho (modelo de entrega absoluta a los más necesitados), el inolvidable naturalista Féliz Rodríguez de la Fuente (quien obró el milagro de hacernos mirar a la Naturaleza con otros ojos), intérpretes como Narciso Yepes, Joan Manuel Serrat y Paco de Lucía, grandes actores y actrices como Jose Luis López Vázquez, Fernando Fernán Gómez, Concha Velasco o Amparo Baró, magníficos deportistas como Rafa Nadal, Mireia Belmonte, Fernando Alonso, Andrés Iniesta, Pau Gasol, Gemma Mengual, etc., etc.

Aprendamos de los mejores. Ellos han de ser la esencia y la inspiración de nuestro proyecto en común.