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ESPAÑA ATASCADA: LA TENAZA DE LOS EXTREMOS

Rajoy vs. Iglesias

          Esta legislatura está acabada, aún habiendo nacido hace escasos meses. No ha sido capaz de alumbrar un nuevo Gobierno, pese a las esperanzas de millones y millones de españoles, que aspiraban legítimamente y cargados de buenas razones a que las cosas se empezasen a hacer de otra manera en este sufrido país. Desde el primer momento, tras publicarse los resultados de las elecciones del pasado 20 de diciembre, se supo que iba a ser una tarea difícil, que exigiría muchas horas de diálogo, negociaciones y pactos entre diferentes fuerzas políticas. Pero había ilusión y muchas ganas de cambio, por lo que el llegar a un acuerdo razonable y satisfactorio para la mayoría era algo que se consideraba factible. Sin embargo, a medida que iban transcurriendo las semanas y los meses, tal esperanza se ha visto truncada. El país se ha quedado atrapado entre dos fuerzas opuestas que actúan desde los extremos, y el meritorio intento que han llevado a cabo el PSOE de Pedro Sánchez y Ciudadanos de Albert Rivera, sin duda los dos partidos políticos más centrados a día de hoy, se ha quedado en agua de borrajas. Ello no los ha librado de las críticas más agresivas y descalificadoras de sus más directos adversarios: Mariano Rajoy por un lado y Pablo Iglesias por el otro. En especial Pedro Sánchez ha sido verbalmente crucificado con saña desde ambos frentes.

          El Partido Popular, la fuerza que representa a la derecha más conservadora de este país, así como a la élite financiera y empresarial que realmente rige los destinos de España (como viene haciendo desde los años más oscuros del período franquista, y aún desde mucho antes), no está dispuesto a ninguna otra solución de gobierno que no pase por conservar su liderazgo a toda costa. Ello supone mantener las cosas como están y seguir realizando la misma política económica y social que viene practicando desde diciembre de 2011, cuando ganaron las anteriores elecciones con mayoría absoluta. Dicha política ha consistido básicamente en seguir al pie de la letra los dictados de la Troika comunitaria, practicando acciones de corte neoliberal: incremento de la presión fiscal sobre las clases medias y trabajadoras y, paralelamente, fortísimos recortes en el estado del bienestar, en especial en Sanidad y Educación públicas. A cambio, se salvaba al sector bancario con dinero público, salvaguardando siempre los intereses del capital privado. A estas medidas se añadieron otras de carácter reaccionario (uno de los ejemplos más destacados quizás sea la nueva ley educativa, la tristemente famosa LOMCE, del ministro Wert), que intentaron imponer a la sociedad española una intolerable derechización.

          En lo económico, los resultados de esta política llevada acabo por el Gobierno de Mariano Rajoy han sido muy pobres, pese a la fuerte y machacona propaganda oficial. El nivel de desempleo es bastante similar al que había cuando el presidente Zapatero dejó el poder, porque, aunque ha habido un punto de inflexión en la evolución del paro, éste se ha producido a mediados de la legislatura «popular». De cualquier forma, la calidad del nuevo empleo es ínfima, pues la mayor parte de los puestos de trabajo que se van generando son temporales, precarios y muy mal pagados. La Seguridad Social ha perdido muchos ingresos que antes tenía, ya que los nuevos empleos apenas aportan recursos en forma de cotizaciones; la llamada «hucha» de las pensiones se ha reducido a menos de la mitad (algo muy preocupante, se mire como se mire); la deuda pública total ha crecido hasta igualar el PIB nacional; y, para colmo, los objetivos de déficit comprometidos con Bruselas se han incumplido sistemáticamente ejercicio tras ejercicio, aún contando con las continuas rebajas y suavizaciones de plazos concedidas. ¿Se puede añadir algo más? Pues sí, la CORRUPCIÓN. Un nivel altísimo, insoportable y muy extendido de corrupción, que se ha ido conociendo casi día tras día y que afectaba de lleno a miembros destacados del partido en el Gobierno. Uno de los últimos casos más sonados ha sido el de la trama corrupta de Valencia, en cuya cabeza todas las evidencias apuntan a la antaño todopoderosa y populista alcaldesa Rita Barberá, a punto de ser imputada por el Tribunal Supremo. Pero esto, en realidad, no es más que una pieza más en un sucesión interminable de irregularidades, blanqueado de dinero, abusos de poder, designaciones a dedo, clientelismo, pelotazos urbanísticos, favoritismos, enriquecimientos ilícitos e indecencias de todo tipo, siempre con el PP como telón de fondo.

          Con respecto a la otra gran fuerza política situada en el extremo opuesto del arco parlamentario, Podemos y su líder Pablo Iglesias, se trata como bien sabemos de un partido político muy nuevo, que se acaba de estrenar en el parlamento, y que surgió de aquel gran movimiento de indignación popular del 15M. Hablamos pues de una formación muy joven, llena de proyectos e ilusión, e impregnada por una ideología claramente social, que ha irrumpido con fuerza en el ala izquierda de la vida política española. Nada que objetar. Al contrario, me parece que era muy necesario contar con un partido así, que lograra una rebasculación del espectro político español. Ahora bien, muchos estarán de acuerdo conmigo en que a Podemos le falta consolidación, madurez, unidad y, todo hay que decirlo, un cierto barniz de estabilidad y credibilidad que me parece que aún no tiene. Aquí mis críticas (que de ningún modo pueden ser equivalentes a las que ha formulado sobre el PP) no van tanto por sus hechos sino por las dudas que suscitan tanto el propio partido como los gestos y declaraciones de sus dirigentes, en particular de su líder Pablo Iglesias. Con franqueza, yo no veo a Iglesias, al menos de momento, al frente de una vicepresidencia o de un ministerio; tampoco me lo imagino en una reunión de alto nivel de la Eurozona, o en cualquier otro evento internacional de altura (ONU, OTAN, G-20, etc.). Y ya no sólo por su aspecto físico e indumentaria, que también cuentan, sino por su actitud a menudo provocadora y ciertamente excéntrica. Puede hacer mucha gracia a sus incondicionales, pero tiene que darse cuenta de que asusta y provoca desconfianza, y en política esto puede ser muy perjudicial. Durante la segunda y fallida sesión de investidura de Pedro Sánchez, dedicó buena parte de su intervención a comentar con cierto sarcasmo su famoso beso con el también diputado Xavier Doménech (vale el beso, al fin y al cabo, un gesto espontáneo sin mayor trascendencia, pero comentarlo largo y tendido sobraba); incluso también llegó a aludir en tono irónico a una supuesta atracción sexual entre un miembro de su partido y una diputada del PP. Tales actitudes evidencian que no se tomó suficientemente en serio la sesión de investidura, ni el Congreso, ni la ciudadanía en su conjunto, que escuchaba atenta las intervenciones y esperaba oir argumentos serios y rigurosos.

          Quizás le falte tiempo al señor Iglesias para llegar a comportarse de manera más madura y responsable. Mientras tanto, yo le habría recomendado que ejerciera su labor (importantísima, por otra parte) de oposición y de cabeza visible de una formación de 69 diputados y 5,2 millones de votantes, facilitando la investidura del socialista Pedro Sánchez, que ya contaba con el apoyo expreso de Albert Rivera (Ciudadanos), y de paso enviando a la oposición al Partido Popular de Mariano Rajoy, el gran anhelo de muchos millones de españoles. Y digo «habría recomendado», porque me temo que ya es tarde para llegar a ningún arreglo o pacto entre fuerzas ajenas al PP . Tristemente, estamos ya abocados a celebrar nuevas elecciones el próximo mes de junio, salvo un muy improbable milagro de última hora.

          Balance de esta legislatura: casi 6 meses perdidos, un gobierno en funciones que actúa con desprecio hacia el parlamento, y de nuevo suspense ante lo que pueda surgir de las urnas en la próxima cita electoral.  ¡Suerte y buen criterio a la hora de elegir las papeletas!